Israel González Delgado.
Muchos candidatos a puestos de elección popular han crecido en las encuestas con una estrategia francamente perturbadora: se han dedicado a hacer payasadas sin sentido ni orientación política. Hago la distinción porque de estas últimas siempre ha habido y es parte de la teatralidad que los personajes con ambiciones siempre han usado como parte de su repertorio para ser memorables; las promesas inverosímiles, las denuncias sin fundamento a los opositores, la creación de una marca que sustituye al individuo y sus propuestas: uno es el honesto que viaja en metro y come sin lavarse las manos (porque pueblo); otro, el que sería un gran político porque detesta la política, nunca antes ha gobernado a nadie ni ha tenido alguna responsabilidad de verdad (y su principal bandera es que es muy joven, yei). Bufonescas o no, esas imágenes evocan simplificaciones políticas tradicionales que sirven para diferenciar un producto (candidato) de otro, y aunque no sea muy noble lo que eso dice de las democracias modernas, es normal. Lo que está ocurriendo ahora no nada más es eso.
Me refiero a una plétora de pequeños partidos y candidatos que se ponen a cantar y bailar en esquinas transitadas, acompañados de botargas de elefantitos o de edecanes guapachosas, y que sencillamente repiten el estribillo de alguna canción improvisada que mete, también a la fuerza, el nombre del candidato o del partido en cuestión. También hablo de candidatos (sobre todo a nivel municipal) que difunden memes de ellos mismos al lado de estrellas de Hollywood, obviamente sobrepuestas, como si estuvieran haciendo quesadillas juntos. Y lo de los tenis fosforesentes, por supuesto.
Lo interesante es que muchos de ellos saben que no ganarán (o que no deberían ganar), y han optado por convertir la campaña en una fiesta de pueblo, para todos los que quieran unirse en lo que dura el viaje. Tener expectativas realistas sobre las posibilidades de triunfo no está mal, y efectivamente ir muy abajo en las preferencias permite mayor audacia, ya sea en el tipo de denuncias que se hacen en el diagnóstico, o en el tipo de propuestas que se hacen para solucionarlos. Pero nada de lo anterior equivale a dejar de hacer política y empezar a echar desmadre, porque de cualquier forma luego de los comicios todos los involucrados volverán a su vida de antes, y...¡qué diablos, fue divertido! Y eso es lo que están haciendo con los bailes, las botargas y los memes.
Hay otra interpretación, que es más inquietante todavía; que muchos de los candidatos hagan esto como una estrategia deliberada para ganar votos, porque hayan hecho un sesudo estudio de mercado, y los resultados hayan arrojado que a estos desplantes tiktokeros a lo que responde el electorado en 2021. Esto es peor porque implica que la sociedad ya se resignó a que la democracia no es un ejercicio cívico que pueda tener consecuencias reales e importantes en su vida, que, por ende, el criterio con el que obsequia su voto es el mismo con el que decide darle un minuto más de atención a un video o a un post de redes sociales, “no me dice nada, no me deja nada, pero está chistoso”. El subtexto de todo esto no es chistoso.