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De los derechos humanos a la dignidad humana

De los derechos humanos a la dignidad humana

Columnas viernes 11 de diciembre de 2020 -

La conmemoración de los setenta y dos años de la Declaratoria Universal de los Derechos Humanos es buen pretexto para exigir que su discusión trascienda lo jurídico y regresarla al terreno filosófico, epistemológico, lingüístico y pragmático.

Desde el punto de vista jurídico, el elemento de cohesión de un Estado es la forma de relación entre la persona humana y las instituciones, interacción que está mediada por un sistema legal que reconoce a la persona como un ser humano que nace de otro ser humano y está provista de derechos naturales o de facto.

Desde el punto de vista lingüístico “persona” significa máscara, o del etrusco phersu que quiere decir “resonar a través de”, la persona, entonces, tiene que ver con un revestimiento no natural que se le impone al ser humano, para poder interpretar un papel social mediante el uso lenguaje.

Ambas conceptualizaciones no son más que construcciones sociales establecidas por el hombre que se autodenomina “humano” y que se considera merecedor de derechos por el simple hecho de ser, pero, epistemológicamente ¿Cómo sostenemos la idea de un iusnaturalismo? ¿Con base en qué? ¿Cómo lo comprobamos?

Los derechos humanos como derecho natural son tan endeble como el derecho monárquico divino, convirtiéndose así en un problema epistemológico que es urgente abordar. Esta ambigüedad puede saldarse si colocamos en el centro del debate el reconocimiento, defensa y salvaguarda de la dignidad de la persona humana.

En un contexto como el mexicano, dónde a diario conviven distintas manifestaciones de violencia, desde el narcotráfico hasta los enfrentamientos encarnizados en las redes sociales, con un Estado desdibujado y desarticulado no puede hablarse de derechos humanos, en tanto que no esta garantizada una situación de paz.

Persona también significa resonar, hacerse oír por el Estado, y es aquí donde la expresión de la sociedad civil es fundamental para provocar un cambio de paradigma jurídico, cuyo principal problema es la inflexión gramatical a la que se sujeta.

El Derecho no deja de ser un género literario que ha pasado su historia tratando de regular las dinámicas sociales, pero la velocidad de estos cambios pareciera que excede su propia evolución, sobre todo si lo queremos seguir viendo desde una postura conservadora que se niega a los cambios sociales y prefiere invisibilizarlos en lugar de integrarlos y darles respuesta jurídica pragmáticamente posible.

El humano cambia todos los días, la sociedad cambia a cada minuto, por tanto, es inconcebible que la discusión sobre lo que significa ser humano no esté evolucionando a la par. No son los juristas quienes deben decirnos quienes somos, es el Estado quien debe abrir la posibilidad de que cada humano encuentre su lugar sin importar quién sea o quién se sienta ser.


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/CR

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