Columnas
El crecimiento de la especie humana en los últimos 220 años, del año 1800 al 2020, ha sido enorme.P Pasamos de 987 millones en 1800 a 7,850 millones de seres humanos que requerimos agua, alimentos, ropa, vivienda, transporte, esparcimiento y energía. El desarrollo urbano, industrial, turístico, la ganadería y la producción industrial de alimentos con el uso de muchas sustancias químicas sintéticas, ha generado una enorme pérdida de biodiversidad, de acuerdo con los estudios de WWF (World Wildlife Found, probablemente la organización protectora de especies animales de la vida silvestre más importante en el mundo) se calcula que perdimos el 58 % de toda la biodiversidad del planeta en los últimos 40 años. Seguimos perdiendo suelo agrícola, por las enormes cantidades de plaguicidas tóxicos y fertilizantes químicos que usamos en los últimos 50 años que han reducido su actividad biológica en nuestro país y en el mundo en la producción de proteínas vegetales, verduras, hortalizas, tubérculos, frutas y legumbres. Contaminamos aire, agua, suelo agrícola y fracturamos ecosistemas generando desplazamiento forzado de especies que conviven hacinadas y compiten por los recursos naturales, en un desorden biológico, alterando la cadena alimenticia. Las nuevas formas para producir las proteínas animales como pollo, cerdo, carne de res y especies acuáticas, son las causas principales de su debilitamiento genético, debido a la enorme cantidad de sustancias químicas y fármacos que les aplican. En el caso de pollo, en México tenemos 500 millones de pollos y a nivel global son 25,000 millones de pollos que se crían en un modelo industrial de hacinamiento en casetas de 8 a 12 m de ancho por 50 a 150 m de largo. Les inyectan clorhidrato de efedrina para que no duerman, hormonas de crecimiento, antibióticos, grasa, ortofosfato de calcio para endurecer la cáscara y colorantes para la yema del huevo. Este hacinamiento y crianza acelerada ha generado cambios en su metabolismo y su sistema inmunológico se ha disminuido. Los pollos son hospederos de bacterias, hongos y virus que facilitan su proliferación, en una nueva forma de transferencia de patógenos entre especies animales que transmiten posteriormente a humanos, por esta nueva cercanía que practicamos con muchos animales. El mejor ejemplo son las mascotas con las que convivimos en esta nueva vida urbana. En nuestro país, con datos del INEGI de 2016, se tenían contabilizados 19.5 millones de perros, conformando el 80 % de las mascotas y otros 4,8 millones de gatos, ratones, urones, aves, cerdos, monos, serpientes y hasta felinos. Por lo que el INEGI afirma que en 7 de cada 10 hogares existen mascotas. Esto ha propiciado que estos virus se fortalezcan y se modifiquen en sus ataques al ARN de células de sus hospederos, convirtiéndose en virus más letales. Como el caso de este Coronavirus SARS-CoV2 o Covid 19 que salió en diciembre de 2019 de Huanan, un mercado de mariscos insalubre de la ciudad de Wuhan, China y que ha generado esta nueva pandemia modificando nuestras formas de convivencia. Esto demuestra que nuestro modelo de producción de alimentos y de proteínas no es el adecuado. Por nuestra salud, debemos regresar a la producción orgánica y a la crianza tradicional de animales.