Israel González Delgado.
Con un presidente de la República cuya retórica anti capitalista y anti elitista solo rivaliza con aquella de Luis Echeverría en la década de los setenta, México pasó de ser el país 14 de más recepción de Inversión Extranjera Directa, al número 9. Esto, además, en el contexto del acusado desastre en el manejo de la pandemia en el país, que - decían - tendría repercusiones internacionales severas en materia de confianza e inversión. Es oportuno hacer dos matices. Son buenas noticias, y vale la pena profundizar. México es el único país de América Latina en la lista de los diez primeros. No podemos menospreciar el hecho de que la estabilidad política en el país es elevada comparada con el resto de la región (otra vez, recuérdese a Colombia, Ecuador, Chile, Argentina). De nuevo, esta circunstancia también resalta porque se supone que estamos viviendo el gobierno más maniqueo y alentador de encono de los últimos 40 años.
Quizás la clave está en entender que la economía se ha ido politizando en el mundo, pero no como antes. En un mundo populista y estridente, donde para ser visto y oído hay que ser ruidoso y violento, los capitales, en abstracto, han aprendido a ignorar las palabras de los mandatarios (Trump, Bolsonaro, AMLO o quien sea) y toman sus decisiones con base en el análisis de contexto (jurídico, político y social) que hacen de la situación. Donde los gritos dicen una cosa y las acciones otra, ese es el camino más seguro para cualquier inversionista, no dejarse llevar por el escándalo del momento, y aprender a prever con base en lo que efectivamente hacen.
A mayor abundamiento, en el caso mexicano, conviene recordar algo del estilo de gobierno del presidente AMLO, desde que era jefe de gobierno de la CDMX. Su retórica no ha variado demasiado: ataques a la prensa, repudio a la ley que considera injusta en el caso concreto, división entre ricos y pobres, etcétera.
Lo interesante es que el legado que dejó en la Ciudad de México no cuadra con su retórica. Los desarrollos inmobiliarios y comerciales en la capital se construyeron indiscriminadamente durante su gestión; permitió la gentrificación del centro histórico, y construyó una obra aprovechable, sobre todo, por la clase media (el segundo piso del periférico).
Lo anterior revela que el presidente es sumamente cordial en sus acciones con los actores económicos, aunque parezca lo contrario. La confusión principal estriba, creo yo, en la posición del gobierno federal y del presidente en particular respecto del petróleo y la electricidad, porque ahí su posición sí es totalmente estatista. Se puede debatir sus méritos, pero todos los países tienen sectores que consideran estratégicos y que no juegan con la lógica del mercado. A veces son proteccionistas, y a veces francamente nacionalistas.
Juzgar la posición de AMLO hacia la economía con base en lo que piensa de PEMEX y la CFE, sería como valorar la actitud de China hacia el capitalismo por como trata la producción y comercialización del arroz, o la de Brasil por su legislación sobre construcción en playas. Es decir, sería una estupidez.