Divorcio de telenovela

Da un poco de risa el dramatismo con el que se ha manejado la ruptura de la alianza denominada “Va por México”. Pareciera que se estuvieran separando los Beatles, o algo así, pero la verdad es que, aunque se ha vendido al público como la gran cosa, ni es para tanto ni sería, en última instancia, una alternativa viable como coalición de gobierno.

Cuando dos o más partidos deciden ir en coalición, su intención de voto no se mantiene fija. Es decir, si 3 partidos de forma independiente tienen 20%, yendo en coalición no tienen 60% en automático, porque el criterio de racionalidad de los electores es complejo y no aplica la aritmética simple. De hecho, alguno de los pocos estudios serios que ha habido arrojan el resultado contrario. Los partidos pierden intención de voto cuando van en coalición. Esto no quiere decir que nunca convengan las alianzas, simplemente que deben ponderar lo que se gana y lo que se pierde en cada caso.

En el caso de esta histriónica coalición, resulta que todos juntos quedan a casi 15 puntos porcentuales del partido en el gobierno, en los pronósticos para 2024. Manden quienes manden uno y otro. No es alentador, y definitivamente no da para decir que mantenerse unidos “es la única forma” de vencer a nadie. Porque juntos o separados, hoy, perderían. En México la promiscuidad partidista empezó desde hace, por lo menos, 20 años. En elecciones locales, todos los partidos han ido con todos. Suele pasar que el PAN y el PRD son aliados en un estado, y adversarios en otro, o incluso en municipios de una misma entidad. Esto ocurre porque la lógica partidista en el país es muy básica, poco informada y, se reitera, bajo criterios meramente aritméticos, ni siquiera teleológicos.

Un buen ejemplo de fiasco fue la alianza entre PAN y PRD en 2018. Resulta que el PAN no ganó nada con esa coalición, y los pocos curules que tiene el PRD y que le han permitido sobrevivir (como sea) se los regaló el PAN, a cambio de menos votos de los que hubiera tenido yendo en solitario. Lamentable.

La alianza que hoy parece romperse tiene que verse al menos desde dos dimensiones; en primer lugar, como bloque legislativo de oposición. En ese sentido, su máximo músculo lo mostraron con el veto a la reforma constitucional en materia eléctrica. A partir de entonces se habló de una “moratoria constitucional”, que también era más faramalla que otra cosa, porque resulta que en el sexenio de Felipe Calderón hubo “moratoria constitucional” durante los 6 años y sin necesidad de anunciarla. Es la consecuencia natural de una mayoría simple de fractura que no negocia con la oposición y se impone por puros números en las decisiones de mayoría simple; cuando requieren calificada, se las cobran. Eso existe desde que existen los parlamentos. En segundo lugar, como “proyecto de alternancia”: aquí es donde esta alianza no trae nada, o al menos no ha mostrado sino desarticulación y falta de coherencia ideológica. Reconozco, es difícil que la tenga cuando los partidos integrantes, PRI, PAN y PRD, surgieron y crecieron como respuesta antagónica los unos de los otros (El PAN para combatir el pragmatismo caciquil del PRI y su progresismo en política social, el PRD para colocarse como “izquierda” frente a la derecha panista y al nihilismo ideológico del modelo político priísta en los 80s). Basta ver cómo votan los diputados de uno y otro partido en los congresos locales en temas como los impuestos al capital, los derechos sexuales o el aborto, para observar que de esa triada no puede salir nada más que acuerdos contingentes para ganar elecciones como sea, no para gobernar a nadie.

Falta mucho para la elección presidencial, y sostengo que la elección del Estado de México, si bien es importante por méritos propios (cantidad de votantes, dinero a nivel estatal y municipal) no es representativa de la intención de voto a nivel nacional. Lo más probable es que la alianza, parchada y todo, alcance para dar una pelea digna por la gubernatura, pero luego de eso, se disuelva. Sin gira del adiós.