El patrimonio de una sociedad es una herencia, resultado del acumulamiento de los siglos. Sus alegrías, sus tragedias, sus sueños, sus miserias… el conjunto del patrimonio que ofrece una experiencia inquebrantable al paso de los años, para los que tanto conocimiento sirve, irradiando prudencia en sus ciudadanos y sus gobernantes. La prudencia, ese saber político por excelencia, es la herramienta básica para lidiar con los múltiples conflictos de la vida, no tiene sentido negarla, pues eso significa un error que se paga con el fracaso.
La imprudencia implica no comportarse ante la circunstancia con los elementos adecuados. Es el hecho mismo quien condiciona, por eso debe de aprenderse a leer la situación, y como alerta funciona el conocimiento de la historia. El patrimonio se manifiesta de muchas formas. Además de los libros, las construcciones son materia viva y cotidiana que comparten el día a día de todos los ciudadanos, son preseas y cicatrices que estampan para la posteridad nuestra identidad.
El Paseo de la Reforma es una de esas magnas construcciones que encarnan, quizá, una de las mejores caras del mexicano. Es un boulevard construido a la manera de los paseos parisinos ideados por el barón de Bausman, por encargo de Napoleón III, mismo que influiría en el imaginario del emperador Maximiliano de México para erigir un magno monumento que celebrara la modernización de la capital imperial y, al mismo tiempo, reconciliara la orgullosa historia indígena, simbolizada en el bosque de Chapultepec, habitación de la monarquía, con el orden virreinal del centro administrativo tenochca: el Zócalo. Castillo y Palacio unidos por un espléndido paseo arbolado, en torno al que los nuevos barrios capitalinos irían naciendo a lo largo del porfiriato, culminados con sendos monumentos del reciente imaginario nacional que tenía que plasmar en bronce y cantera a todos los héroes que defendieron a una nación envuelta en las guerras de facciones e invasiones extranjeras.
El Paseo de la Reforma es el libro abierto de las glorias y desgracias de un Imperio hecho República, que jamás se ha conformado con ocupar un segundo plano en la historia.
La magnificencia del boulevard de todos los mexicanos no puede parcelarse para ser patrimonio de intereses de grupos políticos, pues la violentación de la herencia es lastimada cuando cientos de ambulantes se apostan en el paseo ante la mirada atónita de los capitalinos, que jamás habíamos visto ambulantaje en sus adoquines. Resulta inaudita la nula presencia de la autoridad que al mismo tiempo salvaguarda del patrimonio, competiéndole no dejarse intimidar por un evidente contingente movilizado que cree que puede ampararse en nuestras iniquidades, para violentar lo que de orgullo nos queda a los que habitamos la Muy leal e Imperial Ciudad de México.