Columnas
Gerardo Fernández Noroña ha sabido sortear provocaciones para descarrilar su trabajo legislativo. Fallaron pronósticos de quienes criticaron su ascenso a la presidencia de la mesa directiva del Senado.
A nivel de medios llegaron a considerar un insulto su elección, por su actitud combativa como legislador, por su perfil de luchador social y agallas para enfrentar cualquier situación, aunque prácticamente todos los senadores y senadoras, salvo la panista Lilly Téllez, estuvieron de acuerdo o no lo objetaron.
Quizás los opositores supusieron que les convenía en esa posición para tratar de sacarlo de quicio en la primera oportunidad.
Para quienes lo conocen, vieron justificado su ascenso, por el dominio que tiene de las normas parlamentarias, por su amplio vocabulario, por su experiencia legislativa, experto tribuno, por su acervo cultural y afición a la lectura de libros, además de la popularidad que ha logrado como político y que se confirmó en la competencia por la candidatura presidencial de Morena.
Su primera prueba de fuego fue a 10 días de haber asumido el cargo, cuando manifestantes del poder judicial irrumpieron en las instalaciones del Senado, ubicadas en la esquina de Insurgentes y Reforma. Gente irritada que obligó a los senadores a salir del recinto, para ponerse a salvo. Decidió de inmediato trasladar la sesión a la antigua sede legislativa de Xicoténcatl, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Ahí mismo en la vieja casona, enfrentó la segunda prueba, de parte de quien le anticipó desde septiembre que le haría la vida imposible. Lilly Téllez y sus compañeros invadieron en el salón el área destinada a la mesa directiva. Desde la tribuna Lilly le grito “bellaco” (malo, pícaro y ruin, según la definición que la propia senadora escribió en X).
Noroña procuró mantener la calma y el orden, nunca respondió a los desplantes de la panista.
A pesar de los empujones, jaloneos y gritos, el presidente de la mesa directiva supo sacar adelante la sesión.
El 31 de octubre, los ánimos se volvieron a encender cuando el presidente de la mesa directiva hizo la declaratoria de la llamada Supremacía Constitucional, aprobada por la mayoría de los estados.
Alejandro Moreno, senador y dirigente priísta, fue hasta al lugar de Noroña para recriminarle, cara a cara y sin dejar de señalarlo con el dedo índice, que no le diera la palabra a la bancada tricolor. La senadora Lucía Trasviña se interpuso entre los dos para evitar que el altercado se desbordara. Noroña se mantuvo sentado y llamando a preservar el respeto.
Finalmente se calmaron los ánimos. Ya desde su lugar, “Alito” aclaraba que nunca había sido su intención agredir o faltarle el respeto al presidente de la mesa directiva.
Y los días 12 y 13 de noviembre, de nuevo una jornada intensa, sobre todo por el comportamiento de panistas que llevaron e instalaron una mampara electoral en el salón de sesiones, para que fuera utilizada a la hora de votar y decidir quién sería la presidenta de la CNDH.
Otra vez roces y gritos entre legisladores que obligaron a Noroña a decretar cuatro recesos, siempre con la afirmación categórica de que la votación se llevaría a cabo, como sucedió.
Guste o no su estilo a detractores, ha demostrado que no se equivocaron sus compañeros al darle la responsabilidad de presidir la mesa directiva.
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