Por Carlos Pérez Vázquez
El horror del crimen cometido en contra de Ingrid Escamilla no puede pasar desapercibido, tampoco debe ser minimizado al desviar el foco de atención centrando el asunto en el estado mental del agresor.
Los rasgos macabros del crimen permiten dimensionar la situación que las mujeres viven en México día con día, de la mano de los hombres, sus depredadores, quienes en las casas y espacios privados, en las calles y en las comunidades, nos empeñamos en degradarlas y denigrarlas, mancillándolas al extremo de despellejarlas.
El desollamiento de Ingrid es el producto de una sociedad tolerante a la agresión del más fuerte al más débil; de una sociedad que entiende a las mujeres históricamente como un bien más al servicio de los deseos, necesidades y apetitos de los hombres. El crimen es producto de un país en donde las mujeres no son personas a los ojos de los varones y, por lo tanto, tampoco de las instituciones que enmarcan la vida en sociedad.
La gran tradición del macho mexicano tiene un punto culminante en lo relatado por el asesino en este caso, que no pudo tolerar que Ingrid lo enfrentara e increpara por llegar borracho. ¿Cuántos insultos, sobajamientos, lesiones y feminicidios no se han tratado de justificar apelando a los efluvios malignos del alcohol, bajo la mirada compasiva y ebria de símbolos nacionales como Pedro Infante y Jorge Negrete que, alegremente beodos, pícaros, dictan y han dictado la moral pública para generaciones y generaciones desde el cine y la televisión?
Habrá siempre que recordar y honrar a Ingrid, porque su sacrificio viralizado en redes, en los medios y en la conversación pública, simboliza una línea, una marca. Como sociedad debemos evitar que la deshumanización de la que intentó ser objeto por su victimario, se normalice. Recordemos que no sólo fue asesinada con violencia: su asesino la despellejó y, en el colmo del odio, intentó deshacerse de su cuerpo destazado, en el escusado. No podemos permitirnos que su caso sea un estándar.
Además de respaldar la exigencia de que las personas que filtraron las imágenes de su martirio, en un acto final y extendido de denigración, sean perseguidas por la justicia, es preciso demandar la información necesaria que nos cuente qué fue lo que habría llevado a Ingrid a no seguir con la denuncia que presentó en contra de su asesino apenas el año pasado. No sería sorprendente constatar que no recibió ni el acompañamiento, ni la salvaguarda, ni la protección institucional necesaria. Sería incluso muy doloroso saber que la propia institución la empujó a volver a darle una oportunidad al psicópata al obstruir por completo el camino de la ley y la justicia, tal como es costumbre en nuestro país.
Ingrid se suma a una larga, constante y creciente lista de mujeres que día con día desaparecen y son asesinadas en México. La violencia de género es nuestro verdadero holocausto. Nadie puede darle la espalda.
Socio Director del Centro por un Recurso Efectivo, A.C.
@carpervar