Los grandes cambios en nuestro planeta han surgido de las tragedias más difíciles y dolorosas para la humanidad, aquellas que causan muerte y tristeza, como si estas fueran necesarias para abonar lo nuevo. Pandemias, guerras, fenómenos naturales como terremotos o inundaciones, hacen que se replantee el futuro, que se rompan las inercias políticas, económicas y sociales. El fenómeno del coronavirus y su consecuencia, el Covid-19, no será la excepción. No volveremos a la antigua “normalidad” aunque muchos quisieran.
Esta crisis inesperada ha puesto al descubierto problemas que estaban ocultos por un falso progreso y una idea de bienestar que no se sostiene más. El desarrollo tecnológico fue arrasado por un minúsculo virus al que no pudo enfrentar. El capitalismo adorador del oro enseñó el cobre.
Cuatro cosas, que se relacionan unas con otras, veo como necesarias para establecer la futura normalidad.
Un nuevo concepto de dignidad, fraternidad, igualdad y libertad que muy bien se expresa en el feminismo creciente y actuante. No cabrán los viejos roles en los nuevos tiempos.
Una concientización que respete la naturaleza, que deje la explotación irracional de los productos de la tierra y evite la contaminación destructiva por un concepto erróneo y absurdo de progreso.
Una idea de educación que cultive y aprecie las mejores cualidades del ser humano, el arte, la armonía con los demás y con la naturaleza, la reflexión. No podemos seguir confundiendo la educación con el entrenamiento para insertarse en la maquinaria de la producción económica.
Y, sin duda, una diferente visión de la sanidad. En buena parte esta pandemia arrasó con las estructuras médicas, que resultaron insuficientes, ineficientes e ineficaces, porque la salud no se asume como un derecho humano sino como un negocio enorme.
En estos temas tendrá que basarse el diseño de un planeta habitable y sin riesgos de aniquilamiento. Quien me diga que exagero, acuérdese de lo que imaginaba hacer con su vida en diciembre de 2019 y dígame como le salieron sus planes.