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Las armas y las letras

Las armas y las letras

Columnas jueves 07 de mayo de 2020 -

Hay rumores en la Historia que tienen la capacidad de aprehender en unas cuantas palabras sin dueño el temblor de un tiempo. Poco importa si esos relatos son o no ciertos; si cuentan con un archivo que los valide como acontecimientos; o si se tienen los documentos para valorar siquiera su  viabilidad histórica. Si esos rumores son ricos para el presente y generan la curiosidad suficiente para desclausurar el pasado, me quedo con ellos. La ficción es otro tipo de verdad.

Uno de esos relatos extraordinarios que nunca he corroborado me lo regaló un profesor de Historia.

Aquel pobre hombre lograba impartir pocas clases al año con éxito; sin embargo, aquella sobre Esparta conseguía capturar la atención de un montón de adolescentes temerarios y primitivos, tal vez por el parecido beligerante, tal vez porque todos nos rendimos frente a la grandeza de algunos relatos.

La historia contaba un intercambio epistolar entre el Rey Felipe II de Macedonia y el ejército de Esparta Los espartanos gozaban de una reputación de guerreros implacables entre sus contemporáneos. Eran entrenados desde niños para la batalla y su formación los llevaba a articular su lenguaje con el mismo rigor con el que portaban el escudo y la lanza. Así, aprendieron a hablar con el ritmo de su marcha. Entre ellos, los gestos desmesurados o de tenacidad dubitativa eran cruelmente castigados. Cada respuesta debía mostrar dureza y resolución. Para ellos el lenguaje definía el presente si se asestaba como un golpe certero.

En otros parajes, Felipe II buscaba expandir sus fronteras, así que enviaba largas cartas a sus enemigos cargadas de amenazas con la oferta de aceptar su rendición sin guerra. Su lenguaje le había resultado un arma efectiva a pesar de encontrarse lejos del campo de batalla. Sus extensas palabras parecían capaces de expandir su reino. A diferencia de los espartanos, esas amenazas eran lanzadas al futuro con un espacio para la duda, ofreciendo distintos caminos para el enemigo.

Felipe había escuchado de cierta inestabilidad interna en Esparta, así que decidió enviar una de sus misivas: “Les aconsejo que se presenten sin más demora, porque si traigo a mi ejército a su tierra, destruiré sus granjas, mataré a su gente y arrasaré su ciudad". Frente a esta propuesta los espartanos respondieron a la carta como bien sabían, con un breve “Si [lo haces]”. El macedonio respondió a esta afrenta con la pregunta “¿Debo entrar a sus tierras como amigo o como enemigo?” 

En esta ocasión los espartanos contestaron con una tajada: “Ninguno”. Felipe fue asesinado años después y ni él ni su hijo Alejandro Magno invadieron Esparta jamás.


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