El sistema de pensiones en México, una bomba de tiempo

¿Cómo es que llegamos aquí?, ¿cuál es la situación actual? y ¿hacia dónde vamos?

Hay que recordar que el sistema de pensiones de reparto y el de capitalización individual se fincan en dos criterios distintos de justicia distributiva: el solidario y el meritocrático. La modernidad privilegió este último porque olvidó el atributo de “fraternidad” que empoderaba el lema de la Revolución Francesa. El Estado de bienestar representó su recuperación más acabada. Al traducir el término como solidaridad, inauguró el fundamento del sistema de pensiones de reparto. Años más tarde, el neoliberalismo se encargó de denostar el carácter solidario de la convivencia social en aras de una pretendida mayor eficiencia social. De esta forma, tuvo el paso franco para mercantilizar todas las esferas de la vida, incluida la encargada del sistema de pensiones.

Les pongo un ejemplo simple de cómo funciona la solidaridad y meritocracia: se trata de una familia con padres, hermanos adultos que contribuyen a la economía familiar; están los niños pequeños y adultos mayores de la casa, por su edad, no aportan a ese núcleo social. La pregunta es la siguiente: ¿es válido negar a los niños y adultos mayores el alimento, hogar, vestido, en razón de que no contribuyen como todos? La respuesta solidaria es obvia: no; pero para el criterio meritocrático es que cada uno debe recibir de acuerdo con su aportación.

Hoy el mundo recupera el carácter solidario y espíritu protagonista que debe regirlo. Es una faceta más de la crisis del neoliberalismo, sin embargo, el gobierno mexicano insiste en conservar el esquema de capitalización y, por esta vía, se resiste a dejar atrás los aspectos nodales del neoliberalismo.

Es urgente que evitemos a toda costa que en México se consolide la estrategia neoliberal perversa denominada Pobreza Jubilatoria que consiste en profanar sin ninguna conmiseración lo más sagrado que tienen las familias: sus ahorros para el retiro.

La pobreza jubilatoria se construye en un esquema de pensiones que hace prevalecer la capitalización individual, con un agravante adicional, una buena parte de la contemporánea juventud en edad de trabajar no comulga con los valores tradicionales de solidaridad, como solían hacer los padres.

En México, como en América Latina, no se cumplen los supuestos del esquema de capitalización: ni los ingresos son altos, ni la mayoría de la fuerza de trabajo tiene empleos estables, ni se despliegan en la formalidad. La primera consecuencia de esto es que la cobertura del sistema es muy baja: sólo una parte muy raquítica del contingente de trabajadores alcanzará una pensión, porque es probable que no cumpla con el requisito asociado al período de cotización.

Los trabajadores entran y salen de los mercados formales e informales, lo que se traduce en una baja densidad de cotización. En segundo, lugar el monto acumulable durante la vida laboral formal será insuficiente, en virtud de los bajos niveles salariales que derivaron de la falla neoliberal para alcanzar niveles de competitividad a través de la productividad y el progreso técnico. El salario se volvió la variable de ajuste. Y, en tercer lugar, consecuencia de los anteriores, las pensiones serán tan raquíticas que, para un trabajador promedio, significará incurrir en la pobreza, aun cuando no haya sido pobre durante su vida laboral.

El próximo lunes explicaré de manera profunda qué es esta pobreza jubilatoria y entonces por qué es tan necesario que prestemos atención en el modelo económico que propone nuestro gobierno mexicano.