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El sonido del metal

El sonido del metal

Columnas jueves 22 de abril de 2021 -

Antonio Rodríguez

Ella canta. El toca la batería. La estridente voz de la joven retumba en las bocinas y es vitoreada por el público underground, mientras la cantante hace lo suyo el baterista siente el ritmo, solo el ritmo, pues por momentos deja de escuchar; de un momento a otro las batacas no resuenan sobre los tambores y los platillos. La desesperación no logra apoderarse de él, y se guía por su instinto.

Ignorar un problema es un placebo en forma de alivio autocomplaciente el cual no dura mucho para Ruben (Riz Ahmed) que más tarde, en la presentación que tiene que hacer con su compañera y novia, la sordera vuelve de nuevo solo que de forma más agresiva obligándolo a abandonar el recital. Ahora no escucha nada, pierde el equilibrio y entra en pánico.

La novia de Ruben decide llevarlo a una granja de rehabilitación para adictos con sordera, la cual promete ayudarle, no a revertir el proceso, el cual no tiene mejoría y solo una operación cara puede devolverle la audición, sino a apoyarlo con su nueva condición, enseñándole a comunicarse a base de lenguaje de señas o leer los labios.

EL sonido de metal aparte de lo anterior juega con el espectador y de una manera nada sutil – no lo digo de forma negativa- nos introduce a las sensaciones del personaje principal, por momentos dejándonos sordos, por momentos escuchando solo el ruido del bullicio extraño de un grupo de sordomudos que se divierten y aprenden a vivir sin sonido, “aprendiendo a ser sordo” dicen ellos, muchos de los cuales son adictos en rehabilitación que deben luchar no solo con la abstinencia obligatoria al sonido sino con la abstinencia necesaria de la droga.

La idea que plantea el Darious Marde recuerda en gran medida I lost my body de 2019, filme animado que relataba en tono de fábula las aventuras de una mano amputada en busca de su cuerpo, el trasfondo maravilloso del relato de Jeremy Clapin hacia énfasis a la aceptación, el duelo y la perdida. Marde olvida las fabulas pero se va por el mismo camino: aceptar el cambio de vida no es sencillo pero es necesario.

La resiliencia de Ruben llega a su fin, pero ¿a qué precio?, ese el punto medular del filme, la obligatoria aceptación de las situaciones en lo que muchos podrían considerar un anticlímax, bastante bien resuelto, tan parecido al brinco liberador de Naoufel en Iost my body. El ruido incómodo y desesperanzador se convierte en un close up crudo, romántico, poético y lleno de alivio.








Muy por la misma línea de ….
en
música sigue mientras él


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/CR

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