Ante lo desventurado del proceso de elección de MORENA, y la minimización de los eventos por parte del presidente de la república, que ahora crea un nuevo frente como distractor de los eventos de su movimiento, con los escándalos de los expresidentes. Sin embargo, los videos que exponen el desorden del procedimiento no han podido ser silenciados, despertando a la reflexión, pues los hechos, además de referir el fenómeno dentro del movimiento, expresan la calidad de votantes que no hacen ningún favor a la categoría de México como democracia.
Cierto es que Maquiavelo, en los Discursos a la Primera Década de Tito Livio, refiere la importancia de la participación ciudadana en la construcción de sus instituciones, donde ciertamente, el tumulto y la agresividad se pueden presentar como realidades combativas de sociedades que defienden sus leyes, y hasta son capaces de acordar para fortalecer un sistema del que se saben parte (recordemos la fundación del tribunado). El tumulto en las elecciones de MORENA, para nada refieren a esta cualidad “virtuosa” de una república constituida por ciudadanos, en donde el conflicto, marca la pauta de las sociedades libres.
La movilización de clientelas, a través del acarreo, o bajo presión de los cacicazgos locales que variopintamente el movimiento ha sabido incorporar en sus filas, mostraron la cara de una importante parte de los votantes, que son todo menos una comunidad consciente de ciudadanos.
Cuando Maquiavelo enaltece el conflicto, se refiere, como un par de siglos después hará Rousseau, a la construcción de entes libres, esto es, la movilización plenamente interesada en las instituciones que la sociedad sabe que son suyas, y que no pueden ser pervertidas por los intereses de un tipo o de un grupo.
Es un ejercicio de libertad que no es auspiciado por el manto protector de un gobernante carismático, por sus amenazas y por la movilización de contingentes dependientes de promesas que pueden hacerse al margen de la ley. Los pueblos libres, luchan por el fortalecimiento de sus instituciones, no por su corrupción.
Cuando los liberales del siglo diecinueve, como John Stuart Mill, discuten en el parlamento británico la universalidad del derecho al voto, a lo que más le temen, es al aprovechamiento de las carencias de ciertos sectores por parte de lidersuelos capaces de lucrar con la pobreza y la ignorancia de la población, haciendo del sistema no un estado de libertades, sino el patrimonio extorsionador de unos cuantos que usan a las mayorías como vehículos de presión para salirse con la suya, degenerando la operatividad del sistema político. Es por eso que el derecho al voto tuvo realidad hasta entrado el siglo veinte, y las advertencias fácilmente se deslegitima en el baúl de la incorrección, sin evaluar lo que de razón tuviera.