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Ganar Elecciones. Israel González Delgado

Ganar Elecciones. Israel González Delgado

Columnas jueves 07 de noviembre de 2024 -

Cuando se opta por la interpretación más literal de los hechos políticos, se pierde por doble partida: por un lado, se cae en la reiteración de denuncias agotadas, que han mostrado su ineficacia para lograr cambio alguno, ya sea en el electorado o en los actores políticos relevantes. Por otro lado, el ruido que provoca la fácil indignación de las contradicciones evidentes, impide ver la lógica que a veces (no siempre) tienen los procesos políticos.

Las propias autoridades electorales ya dieron una cifra enorme del costo que tendrán las elecciones del poder judicial, y a lo largo del sexenio, se tendrían dos, así que se gastarían, en principio 26 mil millones de pesos en una elección que hasta hace 6 meses no hubiera estado en la agenda seria de nadie.

Por mucho que se baje ese número, no bajará tanto, porque una de las verdades incómodas de los regímenes democráticos del siglo XXI, sobre todo los que pretenden ser demoscópicos y plebiscitarios, es que los procesos de participación son muy caros. Si a eso agregamos las particularidades del modelo mexicano, podemos ir entendiendo un poco porqué:

Nuestra legislación electoral es un muégano informe de negociaciones coyunturales, revanchismo de corto plazo de fuerzas que ya no existen, así como de candados y garantías impulsadas por las minorías de antaño que hoy son mayoría.

La relación entre los candidatos y el dinero, es perversa (de cualquier candidato): en una sociedad con sobre oferta de estímulos, los personajes con ambiciones electorales deben estar presentes mucho antes de los comicios, usando cualquier pretexto (entrevistas en revistas, “asambleas informativas”, payasadas y eventos sociales que sean noticia).

Todo lo anterior cuesta dinero, y resulta que nuestro sistema exige que el financiamiento de los partidos y por ende de las campañas, sea totalmente público; es decir, proveniente del erario. Las verdaderas cuentas y costos de las campañas nunca se conocen, y tampoco hace falta, porque todos los partidos, a todos los niveles, estarían en falta permanente.

Claro que hay dinero privado en la política, muchísimo. Pero como está vetado formalmente, su flujo es totalmente informal, porque los políticos necesitan, en estas circunstancias, enormes cantidades de dinero en efectivo, y triangulaciones cada vez más sofisticadas para el dinero que pasa por el sistema bancario. Y ese dinero puede salir, con conocimiento del candidato o no, de fuentes cada vez más opacas.

La enorme restricción del uso de tiempo de radio y televisión, la vaga desconfianza con la que se ha regulado sobre la marcha la publicidad digital y a los “influencers”, todo abona para que el sistema electoral mexicano, por entero, sea una enorme pantomima.

No extraña, por lo anterior, que el desenlace de esa esquizofrenia normativa y de cultura política, sea que todos los políticos violan permanentemente tanto los tiempos electorales como las prohibiciones de campañas negras.

El movimiento político establecido por MORENA no es tan simple como lo ve la oposición, que sobrestima el peso real de los fanáticos (reales o pagados), a hostilidad en redes sociales de los bots, y subestima la racionalidad enorme que hay detrás de una clientela política diseñada meticulosamente a través de programas sociales. Pero lo que es un hecho es que es un modelo con una finalidad principal: ganar elecciones. Lo demás es secundario.

En un modelo como este, además, el gasto de las elecciones se vuelve un dínamo para la economía partidista y de ciertos sectores, porque esos 13 mil millones de pesos van a ir a parar a una multiplicidad de personas físicas y morales que se dedican, precisamente, a proveer de bienes y servicios relacionados con comicios electorales. Si los beneficiarios económicos de esto son en última instancia familiares, amigos o empresarios serios de los políticos, es harina de otro costal, pero el hecho es que el dinero se mueve.

Por eso no extraña que el legado del ex presidente sea la obligación de hacer más elecciones, más caras, más

frecuentes, porque es, toda proporción guardada, como la necesidad que tenían de hacer la guerra los reinos antigüos que se especializaban en la formación de soldados y la producción de armas.

Hoy tenemos una clase política que sólo se siente en su elemento dentro de la confrontación electoral, por eso tiene que haber, todo el tiempo, la consulta, el plebiscito, todo lo que sirva para mantener movilizada a la base y a los cuadros profesionales de la agitación y el acarreo, es bueno.

Por lo antes expuesto, y mientras el ala dura del obradorismo tenga la sartén por el mango, no importa el costo de ningún ejercicio de legitimación popular del poder político; entre más haya, mejor. Por supuesto que ganar elecciones no aborda ni resuelve ningún problema real de gobierno ni de país, pero eso, supongo, seguirá siendo lo de menos.


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/CR

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