Tras la primera irrupción masiva de la IA en forma de ChatGPT, el mainstream informativo y cultural se divide en dos campos: los que insisten en advertir una inminente catástrofe en materia de empleo y tejido social (mientras más lo hacen, menos pesa, como Pedro y el lobo) y los que, de manera más realista, están observando sus aplicaciones más comunes; a saber, hoy en forma de valor agregado en todas las aplicaciones que ya teníamos (editor de texto con IA, editor de imágenes con IA, etcétera).
Se supone que el verdadero parteaguas de la IA será el desarrollo de la IA general, por oposición a la específica. Actualmente sólo contamos con ejemplo de la segunda, la primera aún no existe, y es la que nos llevaría al mundo de Isaac Asimov y sus robots sentientes, o algo por el estilo. Si hacia allá vamos, aún no se ven coordenadas de llegada. La General no sólo te ayudaría a planear un viaje, sino que te preguntaría si no se te antoja irte de viaje, porque te ve cansado. Se supone.
Lo que es un hecho es que la tecnología de IA sí permite automatizar muchos procesos. Eso tiene una implicación seria en el mundo laboral, porque muchos trabajos están, precisamente, dirigidos a procesos, y no a productos. Por eso el trabajo manual ha sido siempre muy vulnerable a la automatización.
Piénsese en los elevadoristas, que hoy ya no existen, pero también en los empleados de gasolinera, que en muchos países han desaparecido y nosotros los conservamos por razones extraeconómicas (quizás sea un tema sindical, quizás sea uno político de PEMEX, el chiste es que podrían no existir desde hace años).
Lo que hoy cambia es que por primera vez los trabajadores intelectuales son vulnerables a este avance. Pero eso es por varias razones:
Algunos trabajadores del conocimiento no generan, realmente, valor alguno. Piénsese en los “creadores de contenido” para blogs corporativos, que fueron una plaga en los 2010´s, o los redactores y remitentes de correos electrónicos masivos. Hoy, una máquina puede hacer las mismas mediocridades y dar las mismas molestias, y no por eso se pierde gran cosa.
Algunos otros deberán evolucionar, porque lo que la IA permite es cubrir mayor terreno en menor tiempo. Antaño, una persona informada era la que leía 3 periódicos diarios; hoy es quien sigue temas muy específicos, pero de todas las fuentes disponibles en la red. Es otra cosa el oficio del comunicador social o el analista de noticias. La IA, previsiblemente, hará que se exija lo mismo de los abogados respecto a la investigación de precedentes y legislación, de los académicos respecto del estado del arte de cualquier tema, etcétera.
Algunos más sí desaparecerán, al menos en su mayoría. Los diseñadores gráficos que subsistan serán, quizás, personas con grandes conceptos e imaginación, y poca o ninguna habilidad para dibujar, porque eso ya no se exige, de la misma forma que ya no se exige a un abogado que tenga muy buena memoria. Y nada, así es la vida.
Quizás los más vulnerables sean los ingenieros y programadores, que son, finalmente, los que más abiertos deben estar a aceptar las nuevas tecnologías (ellos las crean, disque). Lo cierto es que los despidos han ocurrido, hasta hoy, en empresas de tecnología casi exclusivamente.
A ver qué depara el futuro cercano, porque un avance tecnológico no implica su utilización ni aceptación masiva. Se supone que las videollamadas eliminarían los mensajes de audio, y lo único que hicieron fue crear una fobia a las llamadas en general, y ahora las personas prefieren los mensajes escritos. Como bien de consumo, el usuario tendrá la última palabra; como bien de producción, el dueño del negocio tendrá que lidiar con problemas regulatorios, sindicales y de responsabilidad del producto generado. Y no es poco.