No solamente es la persona, sino lo que ella encarna. Si bien, eso aplica a la totalidad de entes con el atributo “persona”, esta frase nos canaliza hacia aquellos que conforman el patrimonio riquísimo del saber, de la comunidad transmisora de ciencia, donde cada uno es pilar básico del cultivo de las ideas.
Cuando Ana Ajmátova, la brillante poetisa de la Rusia Imperial, vivió el tránsito revolucionario y tuvo que soportar la tiranía stalinista, soportando cualquier tipo de agresiones. El arresto y fusilamiento de su segundo esposo y de su hijo. La censura y la violencia de su obra -”contrarrevolucionaria”, “burguesa”, “decadente”, etc.-, cuya mayor expresión sería el enclaustramiento de la maestra dentro de su apartamento en Tsarkoietselo, donde el psicótico tirano mandó a erigir una estatua suya de dos metros frente a su ventana, con su mano señalando hacia la ventana desde la que Ana era espiada por sus propios amigos, bajo esta lógica persecutoria y calumniosa de todo sistema totalitario.
La poetisa soportó con el silencio de los corazones compungidos, cómo su universo era desgranado por las garras de la persecución, y regia dignidad, enfrentó a la palabrería grosera de la dictadura. Pero, se preguntará cualquier persona ¿por qué si tanto la odiaba el dictador, no la asesinó como sí lo hizo con su mundo? Esta cuestión la complementaré con otro ejemplo.
Dmitri Shostakovich, sin lugar a dudas, uno de los más importantes músicos de la Rusia soviética, y otro de los objetivos de la violencia psicópata. Cuando fue representada “Lady Macbeth” en Moscú, en presencia de Stalin, el desprecio y las burlas que lanzó el gobernante lo convirtió inmediatamente en objetivo del régimen, que iniciaría una campaña de persecución y humillaciones en su contra, porque su “academicismo” poco práctico, hacía de sus “formalismos” algo poco adecuado para el practicismo utilitario del supuesto gusto de las masas: no era “práctico”.
Ajmátova y Shostakovich tenían en común algo más que el desprecio de Stalin, y el haberle sobrevivido, y eso contesta del por qué no fueron asesinados. La respuesta es de carácter práctico: eliminar a personajes de esta clase, reditúa en una ilegitimación del régimen, porque no se atenta contra un particular más, sino contra una pieza que inmediatamente incurriría en un problema de respetabilidad, que en los tiranos, quienes viven permanentemente preocupados por reafirmar su autoridad, los conflictua.
Destruir intelectuales, es como aplastar una granada, no por su aparente fragilidad frente a la violencia autoritaria, sino por el poder de su saber que concediendoles respetabilidad, poco honra a quien los agrede sin al mismo tiempo depreciar su valor, agrietando la narrativa justiciera que daba sentido a su presencia, porque si supuestamente encarna la justicia ¿por qué agrede de semejante manera a quienes la cultivan?