El inicio del ciclo escolar 2020-2021 enseñó, desde el primer día, que México no puede postergar más el verdadero aprendizaje que permiten las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Aunque el acceso de la población a internet y a equipos de cómputo es fundamental, en realidad la inversión esencial e inexcusable está en la formación de la gente, desde los niños y jóvenes hasta los adultos porque todos deben aprender y sacar el mayor provecho posible de la digitalización de nuestra vida.
Hace 20 años se produjo la alternancia en la Presidencia de México y el gobierno de entonces se planteó modernizar las escuelas con la introducción de programa Enciclomedia que nació muerto por las fallas de su diseño e implementación. Por esos años, Corea del Sur y México tenían economías de tamaño similar, pese a la superioridad de nuestro país en extensión y diversidad de recursos naturales.
Estaba, además, el bono demográfico que permitía diseñar un futuro promisorio para toda una generación de niños y jóvenes. Hoy es la población con un presente sin empleo ni trabajo y apenas acabó sus estudios básicos.
Corea del Sur, en cambio, se tomó en serio su futuro e implementó un cambio radical en sus políticas públicas sin renunciar a su preciada cultura y valores. Se abrió en todos los frentes, no solo el económico y apostó como nunca a la educación en todos sus niveles, incluyendo a los adultos. Supo leer el enorme potencial de las TIC y apostó a que su población las incorporara en la escuela, el trabajo, el campo, las fábricas y en su vida cotidiana.
En México, mientras las propuestas de partidos y candidatos de aumentar la enseñanza del inglés es motivo de descalificaciones y mofas en vez de buscar cómo hacerlo posible, las familias coreanas gastan sus ahorros para enviar a sus hijos a estudiarlo a Estados Unidos y el gobierno ha apoyado con programas bien diseñados y ejecutados para el desarrollo tecnológico y su adopción tanto en las industrias como en la vida familiar.
En México es tradición burlarse de la deplorable pronunciación del inglés de nuestros presidentes, mientras los sudcoreanos no dudaron hace 20 años en romper la barrera que significaba su idioma para relacionarse con el mundo. El solo hecho de adoptar nombres “occidentales” a manera de alias o como complemento de su nombre para facilitar su relación con los extranjeros demuestra que los jóvenes coreanos no tuvieron miedo a perder tradiciones ni cultura.
Desde luego que la sociedad sudcoreana ha aprovechado mucho mejor que México las oportunidades que brindaron desde hace más de dos décadas las TIC, porque entendieron que no se trata solo de usar aparatos, sino de una nueva comprensión y diseño del mundo.
Lo que mejor podemos hacer ahora es entender que la apuesta por las TIC es mucho más profunda que simplemente aprender a usar aplicaciones o plataformas, sino que es un cambio de mentalidad porque esas tecnologías también sirven para moldear las relaciones humanas; hoy en día conocemos a gente, nos vinculamos con nuestros seres queridos y con el mundo a través de ellas.
Por eso, la estrategia gubernamental no debería quedarse solo en ver cómo enseñar matemáticas, español y ciencias por televisión o en computadoras, sino realmente apostar por una nueva educación que prepare tanto a los 30 millones de educandos que iniciaron clases como a sus padres para un mundo que no ha dejado de cambiar y que México se ha tardado en asimilar.