Sin duda que estamos ante uno de los grandes momentos de la ciencia. Arribar el día de hoy al Centro de Estudios Superiores en Ciencias de la Salud (CENCIS-Marina), en la Ciudad de México, para recibir la vacuna Cansino, de una sola dósis, en compañía de una comunidad de colegas que me hizo pensar que yo tenía el gusto de estar al lado de las neuronas del país, recibiendo una maravilla desarrollada en tiempo record, en buena medida, por la posesión de los recursos científicos acumulados a lo largo de miles de años de experiencia que, como diría Hegel, expresa la manifestación del espíritu por el mundo.
Pensé en la cantidad de víctimas producto de la pandemia de Coronavirus, de los amigos, familiares y cualquier persona que no tuvo el privilegio que muy posiblemente les habría garantizado su sobrevivencia, y no sin escalofríos, pensaba en ellos, mientras el personal de salud aplicaba impecablemente la dosis CANSINO, con la que se protege a todo el magisterio nacional. Si ellos la hubieran recibido… y yo, como muchos profesores, varios muy jóvenes, estábamos siendo inmunisados para continuar con la insesante marcha de la historia que ahora observa un horizonte novedoso, con tal despliegue tecnológico que hoy por hoy tan salva la vida, como nos permite ofrecer a nuestros muy queridos estudiantes las clases que de otra manera, posiblemente, jamás se habrían realizado, generando consecuencias insospechadas.
Es digno de elogio, de pleno reconocimiento, lo impecable del proceso. La recepción, la revisión de documentación descargada en línea de una forma amigable, la guía hasta el centro de vacunación, la toma de datos y la aplicación. La gran cantidad de personas para nada lastimaba la agilidad de un proceso que en conjunto no duró más de media hora, y en todo instante se cuidaba de la movilidad y del cuidado ante una posible reacción a la vacuna. Médicos y enfermeras atentos, demostrando lo fundamental de su presencia para combatir una de las peores catástrofes recientes con que la humanidad se ha enfrentado.
Sin apoyo para la ciencia, por canalizar recursos a intereses meramente electorales, es imposiblie lidiar con emergencias semejantes. México tiene grandes centros de investigación, grandes investigadores y académicos a la altura de los más desarrollados del mundo, como todos los que pertenecemos a la comunidad epistémica lo sabemos. La ciencia es orgullo, y hoy fuí testigo de uno de sus grandes momentos portando en el brazo un pequeño piquete que condenza la grandiosa culminación del conocimiento corriendo en nuestras venas.