Columnas
La oposición se ha pasado más de seis años en busca de una ideología que, al mismo tiempo que les dé identidad como grupo, llame la atención de la población. Como no la han encontrado vuelven a su vieja estrategia que lejos de favorecerlos les perjudico, a algunos hasta el suicidio, como el caso del PRD.
Una parte de ella mostró desesperación y por no encontrar asidero prefirió crear un partido nuevo, y anuncian que no será ni de izquierda ni de derecha. Es decir, será ultraconservador.
Si dentro de los partidos, que en realidad son muy frágiles por el número de militantes y su débil sustento estratégico, no pueden encontrar esa chispa que encienda el entusiasmo de la población. Los culpables de la muerte del PRD quieren renacer, pero ni cenizas dejaron.
El principal lastre de los nuevos partidos políticos es el pasado de sus organizadores. Todos ellos conservadores, fascistas, radicales de derecha, y hasta fanáticos de ideología trasnochadas que se asocian con grupos religiosos y sectas para hacer bulto y hacer creer que son muchos.
Ante este panorama más de uno de los padres y padrinos de los nuevos partidos y los líderes de los partidos en agonía quisieran borrar su pasado. Sortear la memoria de los mexicanos, para lograrlo decidieron ser más estridentes y protagónicos, para que sus errores del presente borren de la memoria de la sociedad sus descalabros del pasado.
Los dirigentes de los partidos en embrión y los líderes de los partidos establecidos provienen de las filas de la corrupción. Nombrar a cada uno con, por lo menos, una de sus cuentas pendientes con la justicia, sería interminable.
Si dejamos atrás su pasado y nos concentramos en la búsqueda estéril de propuestas, tampoco encontramos nada bueno. Las más reiteradas tienen que ver con el regreso al pasado, como si en ese tiempo hubiera habido algo en beneficio para la población. Es evidente que el enojo de los miembros de la oposición y de los medios sean los programas sociales, consideran que mucho de ese dinero debería estar en sus bolsillos como sucedió por más de un siglo en México.
A la oposición le identifica una palabra para no engañar a nadie y dar la cara ante la ley y la historia, así, podrían elevar a rango partidista y encartar en su programa de principios, a la ideología de la impunidad, palabra con la que muchos de ellos se identifican pero niegan su origen tanto como reniegan de pasado.
La falta de actividad política en la oposición los pinta como parásitos del erario y enemigos de la democracia. Sin propuestas, sin honestidad, sin arraigo social, sin vergüenza. La oposición, desafortunadamente, invita al partido en el poder a ser absoluto y esto es su responsabilidad.