Ningún movimiento que reclame liberación, justicia y derechos humanos se ha encontrado exento de críticas y retos. La marcha del pasado 8 de marzo constituye una prueba más de ello.
Los daños generados a monumentos históricos, el lanzamiento de algunos petardos y la destrucción de propiedad propulsó el debate público sobre la conceptualización de actos de violencia y protesta.
De lo anterior, concibo prioritario que viremos la discusión en torno a los efectos que dichos actos pueden repercutir respecto a la eficacia del movimiento feminista.
En general, las campañas y movimientos de resistencia civil se caracterizan por ser un amplio espectro de acciones colectivas que son puestas en práctica para desafiar a un régimen o grupo de poder, absteniéndose del uso sistemático de la violencia para lograr que sus reclamos sean satisfechos.
Por su mismo carácter masivo, siempre podemos observar que dentro de dichos movimientos existen distintos matices ideológicos, intereses y coaliciones. Lo cual apunta a que muchas veces las campañas puedan exudar ciertos brotes violentos.
La tensión entre utilizar métodos violentos con la finalidad de que el opresor escuche el llamado y entre mantener la disciplina de no violencia siempre se ha encontrado latente.
Sin embargo, la mayoría de las movilizaciones con demandas maximalistas que han logrado ser exitosas, guardan una relación directa con la vigorosa lucha interna dentro del movimiento por mantener vigente su elemento esencial: la disciplina de la no violencia.
En este sentido, si bien en la teorización sobre la resistencia civil no existe una postura homogénea respecto a las técnicas per se de sabotaje, destrucción de propiedad y actos de violencia contra uno mismo, ya que se requiere analizar adicionalmente el contexto y la probabilidad de generar daño a terceros, dichas acciones pueden atentar en contra de la sostenibilidad del movimiento.
Entonces lejos de enredarse en disertaciones sobre si dichos actos en el contexto mexicano pudiesen erigirse como un símbolo de derrocamiento del poder opresor —en este caso el patriarcado— resulta fundamental reconocer que uno de los principales efectos negativos provocados fue la incentivación a la deslegitimización del movimiento, provocando una escisión entre nosotras.
Ha sido ampliamente documentado que brotes violentos pueden lograr objetivos a corto plazo, como son la atención de medios, atraer a integrantes con una óptica más radical y generar momentos de catarsis, empero ponen en riesgo objetivos a largo plazo.
Una de las fuentes primordiales de poder de dichos movimientos es la capacidad de generar coaliciones duraderas y diversas, capaces de persuadir a instituciones de gobierno, agentes de seguridad, universidades y empresas, a través de tácticas innovadoras que desafíen al sistema que perpetua la opresión.
De ello, en lo subsecuente asumamos nuestra responsabilidad y consideremos cuál es el objetivo máximo que pretendemos suscribir.