Columnas
La república no puede subsistir si carece de ciudadanos. El ciudadano es un ente autónomo, que ha atravesado por una serie de experiencias que le han permitido obtener prudencia, nutrida a través de la práctica, es decir, la vida fáctica del sujeto, o gracias al conocimiento teórico, que mediante el estudio, ofrece el desarrollo de habilidades analíticas incidentes en el juicio de la persona: experiencia y estudio son forzosos.
Efectivamente, ser ciudadano dista de ser un mero acontecer biológico, pues por sí misma la edad, por ejemplo, no ofrece ninguna calidad de la capacidad de juicio de una persona, porque esta puede vivir permanentemente una vida donde el análisis de su existencia no exista, repitiendo los mismos errores que la han hecho tener un prosaica y limitada subsistencia. El desarrollo del juicio implica poner en una balanza todo lo adquirido, desechar lo innecesario y ser capaz de asumir con madurez y responsabilidad los retos que la vida impone, y los errores, se cobren.
Para un ciudadano es el respeto a su constitución, la mayor de sus exigencias y responsabilidades. El compromiso con los fundamentos que, entre otras cosas, reconocen su libertad, no es optativo, es un compromiso vital del que pende su misma denominación, ya que son las leyes el sostén del ciudadano, y es este, no sólo su beneficiario, sino también su más fiel soldado cuando las amenazas se presentan.
La vida en libertad implica la facultad de crear sus propias leyes y de acatarlas. Las leyes no son el mero capricho de una facción insidiosa, sino el producto del devenir histórico de una sociedad que reconoce a la pluralidad con la que la multitud cívica se expresa, pues ser ciudadano es al mismo tiempo ser diverso, y ser el cuidador máximo de lo que la múltiple experiencia de la pluralidad conlleva. La ciudadanía no queda limitada a una sola manifestación de ser, o mucho menos a ser el principio unívoco de un tirano que habla en su nombre para pervertir la ley, imponiendo una sola visión de las cosas: la suya. El sueño de la tiranía es encarnar el degenerado sueño de la univocidad, uniformando a una sociedad que portará en su juicio, no la capacidad crítica, sino la camisa de fuerza de la ideología bajo la vigilancia atenta de los lacayos del régimen.
El ciudadano, el libre, el prudente, el juicioso, el soldado de sus instituciones, es lo que confiere sentido al término “república”, y claro que es un proceso que requiere la adquisición de elementos críticos que resguarden a la población de una situación de dependencia, por parte de sus representantes, o los uniformen en la unicidad de un pensamiento a cuyo nombre se envilezca o persiga a quienes piensan diferente.