En mi columna de hace una semana, hablé sobre El Estafador de Tinder. Creo que el tema da para más, porque no se trata de ese sujeto en sí, tanto como de lo que representa y de cuáles son los sentimientos sociales que generan los impostores, tanto en la ficción como en la vida.
La cultura popular lleva mucho tiempo glorificando delincuentes. Claro que este fenómeno se ha ido radicalizando y cada vez es más burdo y siniestro; ahora se hace apología de la cultura delincuencial, en abstracto, de lo que la denominada “narcocultura” es una muestra tangible. Las series de televisión, los corridos, las telenovelas y hasta la estética que los jóvenes pretenden reproducir en sus selfies, muestran a los capos, los sicarios, las buchonas y demás fauna criminal como modelos aspiracionales. Pero el asunto es más amplio y menos coyuntural. Quizás la literatura picaresca, hace mucho siglos, fuera la que primero convirtió a ciertos depredadores sociales y psicópatas en personajes simpáticos: buscones y lazarillos, necios y embusteros han sobrevivido como motivo de libros magníficos y sátiras profundas.
Pienso en algunas películas que han sido éxitos globales, que dan un toque moderno a la figura del pícaro: Atrápame si Puedes, y Ocean´s Eleven . Dedicaré esta columna a la primera, y la siguiente a la otra. Leonardo Di Caprio es Frank Abagnale, un falsificador de cheques pero también de personalidades, tan convincente que pasa sin contratiempos como experto en algunas de las ocupaciones más respetables y delicadas del mundo, como piloto aviador y médico (esto último estuvo quizás inspirado en otro estafador real, Ferdinand Demara, que se hizo pasar con éxito por médico militar en un buque militar durante la guerra de Corea). El protagonista incluso le paga a una sexoservidora con un cheque sin fondos, y recuerdo que fue una de las escenas que más risas provocó en el cine. Al final, quedamos contentos con el arco redentor de Frank por dos cosas; la primera, que termina usando sus poderes para el bien (asumiendo que el FBI es el bien), pero la segunda, que los espectadores nunca somos alentados a hacer un corte de caja para cuantificar los daños causados, los millones de dólares defraudados, y el riesgo en el que puso a las personas por meterles cuchillo sin ser médico o volar un avión sin ser piloto. No estoy proponiendo un juicio moral al personaje de la película, no me interesan ni las fantasías de virtud progre ni el recurso fácil de la indignación colectiva. Además, no creo que el entretenimiento tenga como objetivo darnos puras historias ejemplares de santos o narrativas maniqueas y babosas donde el protagonista no tiene defectos y el antagonista no tiene virtudes. Yo voy por otro lado: la exploración, que me parece interesantísima, de ciertos rasgos antisociales que, al unirse con un nivel suficiente de carisma o habilidad social, se vuelven francamente seductores y romantizables por una sociedad educada dentro de una cultura donde casi toda virtud es represión, y casi toda bondad, sumisión. Por eso el que rompe las reglas y se sale con la suya es uan de nuestras fantasías de empoderamiento. No estoy descubriendo el hilo negro; es Nietszche, pues, pero aplicado a Hollywood. Seguiremos en esta línea.