Hay quienes envidian a los que han vivido cosas extraordinarias. Sin embargo, dicha animosidad debería recaer no sobre el acontecimiento notable, sino en la forma en que lo intepreta el involucrado.
Dice mi amigo Juan Pablo Calderón – Patiño acerca de Antoine de Saint Exupéry: “Cayó en el Sahara y se levantó. La noche no fue impedimento para volar”. El resultado de esa caída fue El Principito, uno de los más extraordinarios libros que se hayan escrito.
Y es que, si diéramos por cierta la metáfora de que “la fe mueve montañas”, entonces la convicción mueve la serranía entera.
Pablo Eduardo Ramírez, policía de la CDMX, llamó la atención en redes sociales y espacios noticiosos al ser captado en singular reto contra un integrante de la “comunidad fitness”. El desafío consistía en hacer “planchas” o “lagartijas”, frente a frente, chocando la mano caballerosamente en cada una. Pablo fue el vencedor y, en una muestra adicional de fortaleza, realizó cuatro repeticiones más después de haber retirado de la contieda a su rival.
¿Qué hace extraordinaria a esta historia? Razones varias:
Pablo es un funcionario encargado de hacer cumplir la ley que perdió una de sus extremidades inferiores en un accidente. Superó esa crisis para volver a portar el uniforme, apoyarse en una prótesis y dar pasos más firmes que nunca.
El suceso irrumpió en la agenda mediática en el momento justo en que la delincuencia organizada, a partir de sus desleznables acciones, acaparaba todos los espacios de opinión.
Su fortaleza y estilo invocaron la imagen del policía que México necesita y exige; la que debería prevalecer cada que se tiene contacto con un representante de la ley. Exhibió a esa clase de policías que hay por miles y que pocas veces reconocemos o valoramos por falta de oportunidades para ello.
Visibilizó algo que, quienes conocemos a las instituciones desde adentro, sabemos que: los héroes existen y muchos visten de uniforme, sea de policía, como en este caso, bombero, médico, rescatista, enfermera, astronauta, etcétera. Seres humanos dignos de considerarse figuras aspiracionales, en contraste con el falso concepto de éxito propio de criminales y desdeñosos del esfuerzo. Pablo Eduardo, con su entereza, devolvió el lugar que corresponde a los dignos de admiración.
Concilió a la rabiosa barra de las redes sociales que pelea a diario a la primera oportunidad. Se dio una tregua la denostación para dedicar un tiempo a la emoción; al reconocimiento de lo que pudiera ser una luz al final del túnel.
Con sus 59 “lagartijas”, un policía ganó la atención que otros han obtenido sin mayor mérito que el de soltar ocurrencias con la ambición de convertirse en “tendencia”, al margen de la trascendencia.
Si alguien demanda abrir espacios para hacer deporte y en dicha protesta suceden pequeños milagros como el aquí descrito, nada, absolutamente nada en materia de seguridad en México, está perdido.
Excomisionado de la Policía Federal, catedrático del INACIPE y consultor en ESJUS,
Estrategias en Seguridad y Justicia.