Casimiro Femat
En cualquier cultura y tiempo, las máscaras han provocado una transformación en quien las porta, casi siempre relacionada con aquello que no le es permitido al portador cuando muestra la faz de carne y hueso.
En el momento de portar la máscara no hay sólo una transformación física, sino también psicológica. Así, hay quien se atreve a realizar actos que no le serán reclamados posteriormente, pues no se sabe quién está detrás de la máscara; el anonimato se asume como un permiso (de ahí una de las funciones de los comunicólogos: evidenciar lo que socialmente no es aceptable, desenmascarar, para contribuir a evitar que, amparados en el anonimato, algunos ciudadanos realicen actos que dañen a otros).
Curiosamente, hoy portar una máscara es lo contrario, los ciudadanos las usan para proteger a los otros.
Recuerdo que en la película Ojos bien cerrados se organizaban orgías y era un requisito usar máscara, o antifaz. Aunque también hay personajes que usan esos aditamentos para “hacer el bien”, y tal vez los utilizan porque, a veces, sus métodos para hacer justicia o para contribuir a ella no están dentro de la Ley.
Además, está la película que se llama precisamente así, La máscara, donde la transformación de quien se coloca ese artilugio es completa, no sólo psicológica.
Así, se pueden citar muchos ejemplos, entre ellos los de los guerreros que utilizan máscaras que les hacen posesionarse del espíritu de una fiera o de un personaje mítico y actuar como tales.
En fin, lo importante actualmente el uso de máscaras ayuda a mitigar los contagios y, en algunos casos, la muerte.
Sobre el pesimismo
Empezaré por un dicho trillado, que más o menos dice así: “un pesimista es un individuo bien informado”, y añadiría: es alguien que (como hacen o deberían hacer los analistas de finanzas, o quienes se dedican a la planeación estratégica, o aquellos que son asesores de la más diversa índole), se plantea el peor de los escenarios y eso le permite prever un gran número de circunstancias que podrían presentarse y, así, está preparado para las eventualidades, aunque no logre anticiparse al cien por ciento de lo que puede ocurrir, sí pude sortear un gran porcentaje de las dificultades.
Y más allá de eso, si pensamos que todo podría ir mal en el futuro, creo que el pesimismo podría ayudarnos a vivir más intensamente cada momento, puesto que si pensáramos en el peor de los escenarios podríamos disfrutar cada cosa que fuéramos haciendo.
Claro, esto sin caer en aquello de “qué tal si cae un meteorito”, asunto bastante improbable; es decir, calcular las probabilidades y, puede ser, hasta exagerar un poco, pero no fantasear.
Aunque, como dicen, es más fácil ver las cosas desde afuera, pues yo apenas estoy pensando en ver las cosas con cierto pesimismo, debido a lo que actualmente ocurre, pues vemos que, aunque una pandemia es poco probable, si es probable.