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Las redes inimaginables del paso del migrante

Las redes inimaginables del paso del migrante

Columnas jueves 19 de mayo de 2022 -

“Cada palabra tiene consecuencias. Cada silencio también” Jean-Paul Sartre

Con el hambre martillando en el estómago, Santos observó una vez más como su madre era violentada por su padrastro en turno. Nada que no hubiera vivido antes, sin embargo, en esa ocasión la escalada llegaba a la tentativa de feminicidio cuando su agresor clavó una varilla oxidada en la espalda de aquella mujer que solo se disculpaba para no seguir siendo golpeada.

Fue así como Santos tomó la decisión de abandonar a su familia para adherirse a una “caravana de connacionales” que partía ese mismo día de Centroamérica en busca del sueño americano.

Con doce años cumplidos, Santos salió de Tegucigalpa, Honduras, hacia la frontera sur de México. Su principal motivo era alejarse del maltrato familiar, de la pobreza extrema, de la violencia hacia su madre, del alcohol y las drogas que alentaban el maltrato y la indiferencia de sus seis hermanos mayores.

Santos recuerda que en su primer viaje a México llegó hasta Guanajuato, relata: “fue ahí donde me violaron por primera vez. El encargado de una hacienda me arropó de la indigencia ofreciéndome las tareas de limpieza y el chapeado a machete de la hierba. Sin embargo, uno de los peones empezó a cortejarme dándome comida. Era atento y compartía sus cosas. Después de unos días, fui sometido por el peón hasta perder la conciencia, para posteriormente ser violado. Pude escaparme en un descuido del peón, y decidí regresar a Honduras. Desde mi violación, mi vida cambió totalmente en todos los sentidos.”

Santos recuerda que al regresar a su país natal se impactó directamente con la ley de las maras, las hambres, la violencia intrafamiliar, la falta de oportunidades, por lo que tuvo que retomar su incursión a México.

- “Regresé a México porque, aunque no parecen darse cuenta los mexicanos, conseguir ingresos en su país es sencillo. Basta con que alguien se adueñe de un espacio como “viene viene” para recibir una moneda o bien, basta con estimular lástima para recibir un taco”.

Santos relata que en su segunda incursión en México decidió quedarse en Veracruz, donde conoció a una mujer que le ofreció ayuda para regularizar su situación migratoria bajo el amparo de conocer a funcionarios del “consulado hondureño” y del Instituto de Migración para regularizar su estadía.

A cambio, la mujer le solicitó a Santos trabajar para ella en labores domésticas y en su negocio de tacos, pactando un salario mínimo como retribución, y que cubría los gastos por dormitorio y dos alimentos al día. Durante su estancia en la taquería, Santos fue compartiendo sus datos personales y de contacto con su familia; tarde fue cuando se dio cuenta que se encontraba frente a traficantes de personas:

“Fui “entregado” por los de “migración” a la maña en un lugar llamado Macaya, entre Medias Aguas y Tierra Blanca, ahí también fueron traspasados migrantes como yo que habían sido bajados de la “Bestia” o habían sido arrestados en alguna garita.”

“Una vez “capturados”, nos transportaron en camionetas de redilas por más de dos horas, incluso pasamos frente a retenes de militares y policías sin que pasara absolutamente nada. Recuerdo que, a pie de carretera, en una de tantas curvas, las camionetas doblaron estrepitosamente para entrar en una cueva “camuflajeada” por la misma maleza. Al final de ese túnel, pude corroborar el horror que vivían miles de personas retenidas; cientos de migrantes custodiados por hombres armados, quienes los segregaban por género y nacionalidad.”

“Estuve ahí casi por dos meses: mi complexión y apariencia me permitieron servir domésticamente a los custodios y a los “jefes”. Sin embargo, la suerte para el resto de los ahí retenidos era otra: ahí presencié violaciones de niñas, mujeres y hombres. Así como torturas y ejecuciones por placer; la gran mayoría eran mantenidos con vida mientras eran traficados para el crimen organizado o bien, mientras obtenían alguna ganancia incluyendo el tráfico de órganos.”

“Recuerdo como mataron a personas frente a mí, les cortaron la lengua y después la garganta cuando sus familias no pagaban el rescate o bien, cuando lo hacían. En mi caso, me obligaban a ver para después recordarme que no había forma de escapar de su red, y de lo expuesto que estaba yo a las venganzas de las maras: sus crímenes y la forma de torturar a las personas.”

“En esos dos meses le perdí el amor a la vida, al querer salir adelante. A querer vivir. Fue cuando me di cuenta de que no valía la pena migrar cuando cambias el hambre por el pánico. Hoy en Veracruz matan hasta dentro de la comisaría. México se “deglute” cientos de vidas migrantes diariamente sin que pase absolutamente nada. Créeme, es inimaginable la red de complicidades que hay detrás de este infierno”.

Querido lector, en tanto esto sucede diariamente en nuestro territorio, la gran mayoría de los mexicanos festeja un México impune, y hasta el boicot a la cumbre de las Américas. Aun cuando somo el país de los más de cien mil desaparecidos o el país panteón de la migración… nuestro silencio en esta tragedia nos vuelve cómplices. Al tiempo.

Vladimir Juárez. Analista Político. Colaborador de Integridad Ciudadana A.C. @Integridad_AC @VJ1204


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