Columnas
El primer tratado de paz en la historia de la humanidad se firmó tras la derrota de Ramsés II a manos del rey de Hatti, en la disputa por la conquista del Nuevo Oriente, en lo que hoy es Siria. La primera gran derrota de Ramsés derivó de que su enemigo conocía sus impulsos y supo aprovechar su sobreconfianza. La historia cuenta que, pese a su retirada, Ramsés II regresó a Egipto proclamando una victoria. Sus inscripciones narraban un triunfo glorioso, ocultando que en realidad había sido una derrota parcial. El pueblo creyó la versión del faraón durante años, hasta que el propio rey de Hatti llegó a Egipto para firmar el tratado de paz. Por conveniencia de ambos, el acuerdo derivó en la unión matrimonial entre Ramsés II y la hermana del rey enemigo, lo que garantizó prosperidad para ambas naciones durante largos años.
Al leer las noticias sobre el acuerdo entre Donald Trump y Claudia Sheinbaum, no pude evitar recordar aquel episodio histórico. A pesar de que Ramsés II insistió en su victoria, la batalla expuso sus vulnerabilidades y demostró que la confianza excesiva en su poder le había jugado en contra. De manera similar, en el escenario actual, ni Trump ni Sheinbaum pueden proclamarse vencedores absolutos, pues en esta historia, los derrotados son las y los ciudadanos de ambos países.
Trump ha vuelto a poner sobre la mesa la crisis del fentanilo y la situación migratoria, mientras que Sheinbaum ha enfatizado el tráfico de armas y los aranceles. Sin embargo, la violencia, la inseguridad, las adicciones y la crisis migratoria que ambos países enfrentan hoy no solo son problemas aislados, sino consecuencias de las profundas desigualdades construidas por políticas públicas fallidas que durante años se sostuvieron sobre las espaldas de los menos favorecidos.
Las personas migrantes enfrentarán un trato que atenta contra su dignidad, y quien atente contra la dignidad de las personas, con independencia de su origen, atenta contra la paz. Es el momento de dar valor a las personas por el simple hecho de ser personas, sin importar su nacionalidad o condición. La migración no es un delito, sino una respuesta a la desesperación, a la búsqueda de una vida mejor lejos de la violencia y la pobreza. Criminalizar a quienes migran es ignorar las raíces del problema y perpetuar el sufrimiento de miles de familias.
Las negociaciones entre Trump y Sheinbaum pueden parecer un acuerdo de paz, pero si no atienden las causas de los conflictos, solo serán paliativos temporales. La historia de Ramsés II nos enseña que la prosperidad no se logra con declaraciones de victoria ni con acuerdos parciales, sino con decisiones que verdaderamente transformen la realidad de los pueblos. En aquel entonces, la paz no se limitó a un tratado, sino que se consolidó a través de la integración y la cooperación genuina entre dos naciones.
Hoy como ayer, el camino para que cualquier pueblo sea próspero es la paz. Pero la paz no se logra con discursos ni con acuerdos que solo administran las crisis en lugar de resolverlas. El momento que atraviesan México y Estados Unidos exige gobernantes a la altura de las grandes necesidades, dirigentes que comprendan que el camino siempre será atender las causas y no solo las consecuencias. Se necesita visión de Estado, compromiso con la justicia y la convicción de que ningún país será realmente fuerte mientras sus ciudadanos vivan con miedo y desesperanza.
Todos los lunes, antes de las 8:00 a.m., participo con Jesús Aguilar en Factor 96.1 con temas de tu interés y del trabajo legislativo. San Luis Potosí el mejor Estado de México.
— Héctor Serrano (@HectorSerranoC) February 10, 2025