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Los desplazados de la capital.

Los desplazados de la capital.

Columnas martes 04 de febrero de 2020 -

El Gobierno de la Ciudad de México ha anunciado que, como parte de su plan para mitigar el déficit de vivienda accesible en la capital, construirá una serie de corredores inmobiliarios específicamente para personas de ingresos limitados.

Lo que hay en el fondo es el reconocimiento de una realidad patética: las personas de bajos ingresos (y hasta medios) de la ciudad, ya no pueden costear su vida en ella. Una mezcla de factores irracionales han contribuido a ello; desde la convicción (falsa) de que fuera de la capital no hay oportunidades laborales, hasta la enorme opacidad y abuso con la que plataformas como AirBnB han entrado a las grandes ciudades, han hecho que la demanda de casa habitación en la CDMX no se corresponda en absoluto ni con el valor real de las viviendas específicas, ni (mucho menos) con la calidad de vida de la urbe.

Pero algo hay que hacer para que la propia gente que nació en la capital no sea desplazada de ella, como está sucediendo. Estos corredores pretenden ser una solución parcial a estos problemas. Seguramente no estarán exentos de contingencias de todo tipo, como ocurre cuando se construye en una ciudad con la densidad poblacional de toda Centroamérica, donde todos los automovilistas usan su carro al mismo tiempo, y las coladeras ya sirven para sacar agua en lugar de recibirla. Lo que me interesa, empero, es cerrar con una nota antropológica.

Hace unos días, un señor, presidente de una asociación de profesionales de la industria inmobiliaria, expuso sus reservas sobre estas viviendas de interés social. Es divertido observar las dificultades que tiene para decir lo que quiere decir (que los pobres no deben mezclarse con los ricos o con los que se creen ricos) sin poder decirlo claramente, “no estoy discriminando”, ataja sin que nadie se lo haya preguntado. Termina poniendo un ejemplo incomprensible sobre el director de una empresa y una señora del aseo que compran, ambos, en el mismo edificio (o corredor, o cuadra, no se entiende), y la señora no puede pagar la cuota de mantenimiento. Así, el programa en lugar de ayudarla, la perjudicó (o al director de la empresa que sí pagó, o al barrio completo, tampoco se entiende).

Lo que hay detrás de esta confusa argumentación del vendedor de inmuebles es algo que ya Fernando Escalante y Mauricio Tenorio, por ejemplo, han identificado bien: el señoritismo de la clase media mexicana, que la vuelve incapaz de tender su propia cama y lavar sus propios trastes, aunque viva en un permanente endeudamiento y compre a crédito hasta su ropa interior. “La señora del aseo”, a la que se refiere el sujeto de la nota, es una abstracción de servidumbre, no una persona. Y para que lo siga siendo, para que la gente bien siga sintiéndose tal, quien le hace el quehacer tiene que vivir lejos, muy lejos de donde trabaja. Supongo que no puede decirse de frente sin vergüenza, y por eso tantos rodeos y ejemplos ridículos. La gente pobre de la capital está siendo desplazada, no sólo discriminada. Y tendríamos que estar hablando de eso, en lugar de estar llamando roof gardens a las azoteas para sentir que vivimos en otra ciudad.

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