Pedro Arturo Aguirre
Vuelven los talibanes, pero no se vislumbra entre ellos a ningún “hombre fuerte”. Esta ausencia de un liderazgo personalizado no es extraña. Durante su primer período en el gobierno contaban con un cabecilla bien definido: el mullah Mohammed Omar, pero el carácter fundamentalista religioso de esta dictadura condenaba cualquier intento de excesiva glorificación de un ser humano. Solo debe prevalecer la devoción a Allah. Por eso Omar se conformó con llevar el humilde título de Amir-ul-Momineen, "comandante de los fieles". Semianalfabeto de origen campesino, siempre tuvo tendencia a la timidez. Proyectaba en su actitud un perceptible miedo a los lugares extraños y a los rostros desconocidos. Durante su tiempo como líder de Afganistán evitó reunirse con delegaciones extranjeras. Pero con todo y su proverbial retraimiento, el poder siempre estuvo concentrado en manos del mullah. No ponía en práctica ninguna decisión si el no estaba de acuerdo y tenía el control directo sobre la temible policía religiosa, encargada de imponer los mandatos de la sharia, aunque siempre escuchó las asesorías y consejos de otros jefes religiosos.
Ahora, el poder parece estar más disgregado. El mullah Hibatullah Akhundzada es el líder supremo de los talibanes desde 2016, tras la muerte de su predecesor, Akhtar Mansour, víctima de un ataque con drones estadounidenses, pero comparte el poder con otros, entre quienes destaca Ghani Baradar, cofundador de la milicia talibán y ex mano derecha de Omar. Será un liderazgo más colegiado, pero no más moderado. La ideología de los talibanes no ha cambiado, aunque hay indicios de una nueva estrategia de comunicación. En algunos aspectos son más pragmáticos. Tras veinte años de guerra han aprendido de sus errores del pasado. Para mantener el poder necesitan apoyo y legitimidad de otros países y de su población. Les gusta ofrecer conferencias de prensa y también son muy aficionados al uso de las redes sociales. Pretenden reforzar la idea de querer estabilidad, mejorar la vida de los afganos y ser un protagonista internacional.
Pero no engañarse, son los mismos fanáticos de siempre. Ya la han emprendido contra los disidentes y empezado a limitar los derechos de las mujeres, pese ha haberse comprometido a respetarlos “dentro de la ley islámica”. Cambios más a fondo se perciben en su actitud frente a China y Rusia. Ambas potencias ya han dejado entrever su reconocimiento al gobierno talibán. Pekín quiere estabilidad en la zona y si los talibanes la garantizan podría haber recompensas económicas. Pero para Estados Unidos y occidente supone el punto final del orden internacional vigente desde el 11-S. La retirada de las tropas ha sido caótica, se subestimó la capacidad de los talibanes y no hay un plan para evacuar a los civiles más expuestos. Estados Unidos no aprendió nada en Vietnam.