“Prestándole atención a los locos,
se hacen los grandes descubrimientos”: Julio Verne.
En octubre pasado, Mark Zuckerberg cambió el nombre de Facebook por Meta y puso de moda una palabra que ya existía en el vocabulario tecnológico, pero que retomó para bautizar a su más reciente herramienta futurista: El Metaverso.
Así, el fundador de la red social más exitosa del mundo, dio un giro completo a las interacciones humanas y puso en la vitrina a un ente que genera curiosidad entre los posibles usuarios, quienes desean saber qué beneficios aportará este desarrollo en la vida cotidiana.
Se trata de un mundo virtual al que nos conectaremos con diferentes aparatos electrónicos: laptops, celulares y tabletas, que nos brindarán la sensación de estar adentro de un espacio nuevo para interactuar con todos sus elementos.
La idea es contar con un lugar alternativo que simule al mundo real, pero sin limitantes. Un universo paralelo generado con realidad virtual y habitado por representaciones de nosotros llamadas avatares, a través de los que se convivirá con otras personas. Los avatares copiarán sentimientos, movimientos, expresiones, actitudes y aptitudes humanas, para darnos libertad de creación y manejo del entorno que queramos.
A pesar de ser un término reciente no es un concepto nuevo, porque varios videojuegos ya lo acuñaban, al crear un personaje para introducirse en diferentes mundos, a fin de jugar con varios compañeros ubicados en distintos espacios geográficos.
Ante la intención de Zuckerberg por ampliar esta tecnología, diversos gigantes como Apple, NVIDIA, Hyundai y Microsoft, apuntaron sus baterías a crear diversas clases de metaversos, para tener múltiples actividades en la “vida virtual”: juntas de trabajo, hacer operaciones financieras, comprar artículos, ir a conciertos, ejercitarse, caminar en un parque, contemplar paisajes lejanos, visitar tierras extrañas o volar al espacio.
Esto pretende volver más inmersiva a la web para transformar radicalmente nuestra forma de interactuar en el ámbito social, laboral, económico, deportivo, de entretenimiento y, tal vez, hasta sentimental.
Un ejemplo de este mundo recién descubierto, que ni Colón imaginaría, es Decentraland, plataforma de realidad virtual que ofrece parcelas digitales representadas por tokens no fungibles o NFT, cuyo costo se registra en Ethereums. El récord de venta de una parcela es de 2.4 millones de dólares pagados en criptomonedas.
Los tokens son únicos, insustituibles, irremplazables, encriptados y su uso se enfoca a la representación de un activo como prueba de autenticidad en el mundo digital. También se les conoce como criptomonedas de coleccionistas y son claves en la economía basada en el blockchain.
Con ellos, se adquieren en el metaverso: obras de arte, viviendas, automóviles y más, dependiendo el avance de este lugar alternativo.
Aunque ya existen distintos metaversos, aún es un ecosistema limitado en su capacidad de conexión para que millones de personas naveguen al mismo tiempo; en sus aditamentos, las gafas de realidad virtual tienen problemas, ya que su uso prolongado causa desorientación y mareos.
Falta mucho para el producto final, las inversiones multimillonarias comienzan y un ejército de desarrolladores busca darle forma; no dudo que en unos años funcione como sus creadores lo imaginan; entonces, podremos analizar los cambios sociales y psicológicos en las generaciones posteriores.
Mientras tanto, esperaremos.
Ingeniero en Electrónica y Telecomunicaciones por la UAM.