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México en la Cumbre

México en la Cumbre

Columnas viernes 17 de septiembre de 2021 -

Por José García Sánchez

El hecho de que por primera vez los países miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, a once años de su creación, en febrero de 2010, tengan un proyecto común y sea iniciativa del Presidente de México y la reunión se celebre en nuestro país debe tener muchas interpretaciones, significados y esperanzas.

Frente a un panorama latinoamericano de claroscuros a juzgar por el apego a la democracia de algunos y de otros que padecen el autoritarismo, la conjunción de posturas respecto a la Organización de Estados Americanos, creará una postura común que anuncia unanimidad.

Por lado el propósito de la cumbre significa la comprobación de la muerte del imperio estadounidense y la llegada al mundo de un país llamado Estados Unidos que no es ni mayor ni menor que el resto de las naciones del planeta.
Por otro, Latinoamérica rescata su personalidad propia en el mundo y México recupera el liderazgo del subcontinente.

La IV Cumbre llega en un momento por demás diverso. En Argentina la derecha se perfila para ganar el legislativo con un gobierno federal progresista; en Uruguay, Paraguay, Colombia, Ecuador y Chile las protestas callejeras se multiplican contra la política neoliberal: en Brasil, el militar Bolsonaro prepara un autogolpe de la ultraderecha contra la ultraderecha y en las elecciones presidenciales del próximo año, dan como favorito a Luiz Inazio Lula da Silva; en Uruguay los trabajadores están en paro laboral nacional contra la política del derechista Luis Lacalle Pou; Bolivia camina con el partido de Luis Arce, Centroamérica también padece de singulares condiciones, desde la extravagancia de Bukele en El Salvador, hasta la estricta moralidad de izquierda de Daniel Ortega en Nicaragua.

Las perspectivas de los representantes de cada país serán tan diversas como enriquecedoras y las conclusiones seguramente sorprenderán al mundo. Será necesario revisar no sólo la historia de la OEA sino la de los regímenes progresistas, revolucionarios, democráticos y populares a los que enfrentó claramente la organización muchas veces descarrilándolos.

No se trata de una refundación de la organización sino de su sustitución. Dejar a la OEA en ruinas significaría ofrecerle una resurrección milagrosa donde hasta la Iglesia Católica y sus dogmas podría estar implicada. En los últimos años la OEA se volvió el confesionario de las derechas de sus miembros, el muro de las lamentaciones de la oposición sin fuerza social, la penitencia por la derrota electoral, el martirologio de oposiciones sin bases militantes.

Se trata, como lo hace frecuentemente la OEA con sus enemigos, de aplastarla, de desaparecer la liturgia conservadora que representan las imposiciones y el autoritarismo del pasado.

La diversidad actual de los gobiernos de Latinoamérica crea pluralidad de expresiones políticas de sus sociedades, de las diferencias del presente se tiene un pasado común y un futuro unido.


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