Columnas
No finjamos, México no solamente es un país de paso, se ha convertido en un país destino de los grandes flujos migratorios del mundo. Lo más común sería atribuirlo a cuestiones accidentales, como el significado de ostentar semejante frontera con los Estados Unidos, lo que presumiblemente sería el hipotético destino, al que, sin duda por lo agresivo de su política migratoria cada vez hace más difícil el acceso a su territorio. Lo cierto es que se terminan por quedar en México, quién ha pasado a ser la onceava economía del orbe, posición que se escalará hasta la quinta en no más de veinte años.
Bien sabida fue la declaración pública del Presidente Biden, en torno a facilitar el acceso a su territorio por fines humanitarios, y sin ser eso criticable, sí lo ha sido el costo del caos generado por unas palabras que en su momento también alentó el Presidente mexicano. Semejantes discursos, expresados en contextos de suyo problemáticos, como los que afectan a la mayoría de las naciones caribeñas, cuyo común denominador es el permanente desastre salvo en honrosas excepciones que ni siquiera ellas, quedan al margen de la salida de una población a la que simplemente el gobierno estadounidense, terminó por rechazar, pues las cantidades superan lo que de buena voluntad pudiera ostentar, y que quizá en eso el discurso del gobernante mexicano tiene toda la razón cuando lo que hay que atender son las causas, aunque muchas de ellas son de carácter político, de gobiernos a los que se les ha tendido a defender sin considerar sus contradicciones.
A nadie extraña señalar las relaciones del gobierno mexicano con países exportadores de migrantes como Venezuela y Cuba, donde una gran masa de su población no sólo vive fuera de su nación, sino que se han transformado en un auténtico problema de integración en donde los migrantes no solamente saturan, sino incluso se convierten en factor de tensión con los locales, por lo que algunos podrían considerar abusos al lugar que los recibe. Desde el cobro de recursos canalizados por los estados, hasta el deterioro de los espacios donde se asientan, que no solamente cambian la dinámica social, sino que despiertan el odio de los vecinos ante un choque cultural donde yo creo que todos deben de poner de su parte.
Si es efectivamente la necesidad la motivante de la movilidad, al menos los recién llegados deben de respetar la socialidad del país receptor. No es una locura pedirles respetar las leyes, pero también las más simples acciones como lo son la limpieza del lugar, y el trato respetuoso hacia los ciudadanos que no pueden ser marginados en su propia tierra, de cualquier decisión referente al tema migratorio, pues solamente una será la consecuencia: la xenofobia.