Danna era una adolescente bajacaliforniana de 16 años. Fue asesinada y calcinada casi en su totalidad. Fue encontrada el 22 de agosto en Mexicali. Un video, donde se veía a un par de hombres incendiarla, fue transmitido en algunos canales de televisión, sin ningún tipo de respeto hacía Danna y su familia. Se volvió a dejar claro, en vivo y a todo color, cómo los medios mexicanos siguen apostando al rating como carroñeros, a pesar del dolor que produce la pérdida de Danna Reyes.
Baja California es un estado feminicida. Hay cientos de casos donde se puede leer que mujeres fueron quemadas, golpeadas, violadas y asesinadas. Cientos de miles de mujeres están desaparecidas. Familias buscan sin cesar y las autoridades no hacen mucho más que aparecer en televisión abierta y contar, con cara de tristeza, que otra chica fue encontrada muerta.
En la televisión hablaban sobre la revictimización, (bastante irónico, ya que ellos estaban haciendo justo eso), y cómo el fiscal de ese estado, quién debería haber estado investigando el feminicidio, poniendo el foco de atención en los feminicidas, lo que tuvo a mal decir fue “la niña también traía tatuajes por todos lados”.
No hemos aprendido nada. Qué doloroso es ver que, a pesar de tantas vidas perdidas de mujeres inocentes, se les siga culpando a ellas. Es un cuento interminable. Uno tiene ganas de meterse bajo las cobijas y llorar de coraje, porque en un mundo como el nuestro, las personas prefieren culpar a la víctima que atacar el problema de raíz.
Las palabras importan. El discurso importa. Hay tantas personas afuera abusando y nadie las detiene. No hay un solo programa de prevención que dé resultado y, los que hay, ni siquiera son medibles o evaluados. Tenemos un montón de instituciones gubernamentales que deberían rendir cuentas, pero no. No lo hacen y si lo hacen y se encuentran irregularidades, no hay sanciones. Es un entramado profundo que parece no tener fin.
El caso de Danna se ha repetido tantas veces. Ahí mismo, en Baja California, se suscitó el caso de Keyra González, en el cual, su expareja le prendió fuego fingiendo que le daría la manutención de su hijo. La roció de gasolina, ella todavía consciente se grabó y días después perdió la vida. Con todo y evidencia, fue una osadía para la familia y abogados que las autoridades turnaran el caso como una investigación por homicidio y no por feminicidio. ¡Aún y con todas las pruebas en la mano!
Y las autoridades no lo ven o no lo quieren ver. Estigmatizar y señalar fomenta el discurso de odio y las palabras que son raíz de este mal que parece no tener principio ni fin. Empezamos por los que vemos, nos frustramos y, desafortunadamente, lo máximo que podemos hacer es levantar la indignación. Era una niña, ¡carajo!