Israel González Delgado.
Siempre he dicho que los mexicanos somos como esquimales. Donde nosotros vemos color blanco, estos ven -dicen- como 30 tonalidades diferentes, porque están rodeados de blanco, y etcétera. La metáfora es afortunada cuando uno echa un vistazo a la narrativa post-electoral. La gente está hablando de lucha de clases, y se debate entre una especie de chairismo socialista y godinazgo aristocrático.
El estudio académico de la pobreza es complejo y, de entrada, hay una distinción entre pobreza y clase baja, entre riqueza y clase alta. La clase media se divide en tantos estratos como el investigador lo crea conveniente para que le publiquen su artículo. De acuerdo con los análisis del INEGI, menos del 3% de los hogares mexicanos son de clase alta, 39% de clase media, y el resto son hogares de clase baja. Seguramente tienen buenas razones para hacer esa división, pero la encuentro artificiosa, engañosa, y queda aplastada por lo que llamaba Berger la sociología de la vida cotidiana. Especialmente la parte de la clase media nos coloca unos lentes rayados y empañados. Que si te vas de viaje a un destino de hasta 3 horas en camión, como máximo, estás en una capa de la gelatina; que si has estado en un avión, ya estás como tres arriba; si los niños van a escuela particular ya no eres media baja; no importa que una escuela privada sea de 20 mil al mes y otra de 3 mil. Esto genera un alucinante complejo de superioridad entre la clase media. Unos se creen ricos o creen que lo pueden proyectar, y gastan lo poco que tienen en aparentar que tienen más (el vecino del Mercedes Benz que debe lo del mantenimiento, y otros seres fantásticos); otros creen que son pobres porque en su infancia vivían en la Colonia del Valle y ahora en Xochimilco. Pero ni uno ni otro tienen alguna interacción humana significativa ni con los ricos (que no los ven) ni con los pobres (a quienes no ven). ¿Cuántas veces te han presentado al jefe de tu jefe y él reacciona como si fuera la primera vez? Y tú, ¿podrías distinguir entre las últimas tres personas que te han atendido en la gasolinera, en el restaurante, en la caja del supermercado?
Si analizamos vida y costumbres de México, la desigualdad en México sería relativamente fácil de observar sin tanto rollo. Hay poquísimos ricos, que rara vez consumen en México, llegan en helicóptero a sus trabajos y no preguntan por el precio de algo antes de comprarlo. Casi 60 millones de personas están en el otro extremo del espectro, viviendo por debajo de la línea de la pobreza. Estamos también otros, que tenemos las necesidades básicas cubiertas, es improbable que fallezcamos de enfermedades curables y (esto es esencial) checamos las etiquetas con el precio antes de llevarnos algo a la caja; somos también esquimales, haciendo distinciones triviales entre el automóvil del vecino y el propio, y compartiendo memes sobre la división electoral de las alcaldías de la Ciudad de México.