Por José García Sánchez
El aislamiento que impuso la pandemia, suspendió la convivencia social a grado tal que afectó el reconocimiento personal que el ser humano requiere al vivir en comunidad. La necesidad de encontrar placer en el aislamiento no es una costumbre de la sociedad moderna, a pesar de la tecnología que irrumpe en la privacidad.
Surgió una cotidianeidad ermitaña donde la realidad entraba invasiva para moldear la conciencia y su reiteración para volver vulnerable a la verdad. El encierro tiene connotaciones de castigo. Desde el “estás castigado, no sales” hasta la sanción carcelaria destinada a los delincuentes.
Hubo necesidad de buscar el placer en medio del encierro, y se asomaron a la ventana de la computadora, de la pantalla o del celular. En México el aislamiento forzoso llega meses después de unas elecciones que apostaron por un cambio de régimen y no sólo de partido, de tal suerte que los gritos en favor o en contra de los triunfadores o de los derrotados, se congeló por el retiro forzoso hasta convertirse en separación de la realidad, sobre todo porque los seres humanos dejaron de ver hacia afuera con sus propios ojos y encontraron en esas ventanas una interpretación del entorno.
Este escenario político combinó la necesidad de enterarse y de encontrar algo más que información en momentos en que el aislamiento exigía satisfacciones personales que compensaran esa nueva forma de vida que se antojaba inhumana, denominada a propósito “nueva realidad” como una forma novedosa de sometimiento.
Este aislamiento se alargó hasta crear la necesidad de obtener información que otorgara cierto reconocimiento, identificación, incluso placer y la gente buscó la información que le producía esa satisfacción aunque estuviera divorciada de la realidad. Así, el grito social, ahogado en los disidentes y simpatizantes, se volvió una selección exhaustiva de noticias con las que se identificaran, y además retribuyeran su necesidad de afianzarse al mundo, independientemente de lo alejada o cercana de la verdad que estuvieran.
Los medios se convirtieron en una miscelánea multicolor donde se escoge una dulce información, que otorgue identidad a su forma de pensar y placer simultáneamente, aunque esa golosina no es sana sobre todo en tiempos de diabetes casi como pandemia. Y el repunte en la cotización de las Fake News fue inevitable. Los mensajes al celular se desechaban por no coincidir con el portador del teléfono y se replicaban cuando eran de su agrado, así se tratara de información, memes, fotos o declaraciones. Las cuales, falsas o reales, simplemente llenaban el hueco del reconocimiento individual, la coincidencia placentera, que compensaba el aislamiento.
Así, la realidad se convirtió en una manera de ver la vida, casi un estado de ánimo y la verdad se degradó a un simple dogma de fe, que adoptan cada quien a imagen y semejanza de su creencia.