Disminuido legislativamente y dividido como partido en la disputa por su dirigencia nacional, el PAN poco o nada podrá hacer para frenar la reforma judicial.
Además, hay consenso entre los azules que se requiere la reforma. Con lo que no están de acuerdo es en los términos en que ha sido planteada por la mayoría.
Hay que ir a la historia para entender lo que le pasa al PAN. Empezó a desfigurar su espíritu democrático el día que Luis H. Álvarez (QEPD) cerró la puerta a la posibilidad de que se diera la alternancia en México con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en 1988.
No quería un personaje de izquierda en la presidencia e hizo lo necesario para evitarlo. No le importó dejar colgado de la brocha a su compañero y candidato Manuel “El Maquío” Clouthier, quien en protesta por la “caída” del sistema electoral, caminó al lado del ingeniero y de Rosario Ibarra hacia la Secretaría de Gobernación.
Luis H. Álvarez firmó lo que se llamó “legitimación en el ejercicio del poder”, para aceptar en nombre de su partido el controvertido triunfo del candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Y el nuevo inquilino en la extinta residencia oficial de Los Pinos lo hizo. Una de las primeras acciones del gobierno entrante fue meter a la cárcel a Joaquín Hernández Galicia “La Quina”, quizás el dirigente sindical más poderoso y temido que ha existido en nuestro país.
“La Quina” traía tanta seguridad o más que el mismo titular del poder Ejecutivo. Impresionaba su equipo de guardias. No se olvida la vez que entró a la casona de Xicoténcatl, antigua sede del Senado, para reunirse con el líder legislativo. Dos guardaespaldas, con sus respectivas armas cortas, envueltas en bolsas, se colocaron en la puerta de la oficina.
Acción Nacional jamás volvió a ser el mismo. Dio más importancia al pragmatismo político que a sus valores tradicionales. El poder por el poder. En el sexenio de Carlos Salinas el PAN ganó Baja California, su primera gubernatura; después siguió Guanajuato en 1991 con Carlos Medina Plascencia.
La congruencia con sus valores se perdió por la desmedida ambición del grupo interno dominante. Las posiciones políticas por encima de sus principios.
Está ya en proceso de renovar su dirigencia y el esquema es hacerlo dentro de su propia estructura, controlada por el grupo que quiere al diputado Jorge Romero Herrera como sucesor de Marko Cortés.
Desde ahora se puede dar por hecho que Romero va a ganar la simulada elección interna. Para eso descartaron la propuesta del ex senador Damián Zepeda de realizar un proceso abierto a la sociedad.
Zepeda tiene claro que, si el PAN quiere recuperar el poder, necesita involucrar en su proyecto a la sociedad, sea o no militante.
Con su voto duro no le alcanza para regresar al poder. Lo va a constatar en próximas elecciones si persiste en mantenerse cerrado.
Por lo visto, a sus líderes lo único que les interesa es el control absoluto de su partido para repartirse entre ellos el reducido número de cargos públicos a los que tengan acceso.
En la elección interna están inscritos Jorge Romero, la exdiputada Adriana Dávila y la senadora Kenia López Rabadán.
Damián Zepeda prefirió salirse de la competencia.
Todo está hecho para que gane Romero en noviembre.
Las posibilidades de triunfo de Adriana y Kenia no existen, por el enraizado y ancestral machismo panista, pero sobre todo por el control del grupo que se adueñó del partido.
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