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Pagar la luz

Pagar la luz

Columnas miércoles 27 de octubre de 2021 -

Las reformas estructurales del sexenio pasado, en su momento celebradas y hoy vilipendiadas cuando la ocasión se requiere, tuvieron en el debate público una suerte similar a las reformas de gran calado que está impulsando el gobierno federal. Con esto, me refiero a que sufrían, en su traducción a la prensa y a la ciudadanía, de una sobre simplificación que impedía toda discusión razonable, y se acababa reduciendo el tema a una elección categórica “por el cambio” o “en contra del cambio”; por “la modernización del sistema” ya fuera educativo o energético, o por “los vicios del pasado”, inherentes al mismo sistema.

El problema es que cualquiera de las reformas, por ejemplo la energética, implicó cambios en más de 20 leyes especiales, relacionadas y enredadas de maneras que ni siquiera los abogados podían entenderlas del todo, porque la mitad del lenguaje en esa normatividad era propia de ingenieros. Obviamente nadie esperaba que las personas, diputados ni ciudadanos, leyeran los cambios a detalles, pero se esperaba, eso sí, de los primeros su voto y de los segundos su apoyo. Por eso se requiere persuadir a todos de una narrativa muy simple, donde toda decisión sobre temas públicos sea una decisión moral. Podremos no saber ni pío de watts, octanaje o longitud de onda radial, pero todos contamos con la brújula suficiente para saber que “no queremos que saqueen al país”, o que “el maestro, marchando, también está enseñando”...o que no lo está. Lo importante es que podamos decir sí o no con la convicción del papá regañón.

En casi todos los temas de política estructural pasa igual. Se hable de energía, educación, telecomunicaciones, impuestos o burocracia; al momento de aterrizar la idea del cambio en reglas claras, la indignación o la militancia dan paso, necesariamente, a los especialistas, esos que no nos gustan, para que puedan transformar la voluntad de cambio en modificaciones a la realidad material. Esta realidad implica que haya luz donde no había, o que nos llegue el recibo más barato; que los maestros reciban más o menos dinero por lo que hacen, que tengan que ser evaluados periódicamente o nunca, en fin, diferencias en el mundo real, que aterricen proyectos o promesas de gobierno.

Al día de hoy, la contra reforma energética, o la reforma por la soberanía energética, o como quiera llamársele, vive la misma triste manipulación de narrativas, donde el argumento es el mismo, que ya no pase “lo de antes” que era terrible, sino que verdaderamente se coloque a México en una posición más competitiva y justa “como nunca ha estado” o “como estaba antes de la reforma”, eso ya no está tan claro.

Lo único que deberíamos pedirle a los actores políticos es un mínimo de congruencia y honestidad a la hora de hablar de los pros y contras de sus respectivos proyectos. Así podríamos saber si los diputados están votando a favor o en contra de lo que nosotros esperábamos que hicieran cuando los elegimos. Pero está difícil.


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