Columnas
Atendiendo a los riesgos que significaba la concentración del poder en una sola persona (a la manera del absolutismo), y la inminente participación de importantes sectores de la población civil en la vida pública, la necesidad de partir el poder del gobernante se fue materializando a través de lo que se terminaría denominando sistema político parlamentario.
En el parlamentarismo, ya con figuras fundamentales como Locke o Hegel, se da sustento al por qué el poder ejecutivo debe dividirse. La división implica la génesis de un jefe de gobierno y un jefe de estado. Un jefe de gobierno es aquel que es seleccionado dentro de los miembros del partido político, representado en el parlamento, que obtuvo una mayoría de votos en las elecciones generales. Normalmente el líder del partido, se transforma en el jefe de gobierno, con la posibilidad de proponer leyes para desarrollar su respectivo proyecto gubernativo. El jefe de estado, es una figura que no tiene nada qué ver en las elecciones, ante la conciencia de que no todas las instituciones deben de ser sometidas a los planes de un gobernante que no deja de ser miembro de un partido, a la caza de votos, inmerso en un discurso temporal que no necesariamente trasciende a los tiempos.
Dejar fuera del juego político a una parte importante del estado, es con fines de proteger al estado de manipulaciones, corruptelas y demás artificios electorales. El ejército es una de esas instituciones apartadas del juego político, protegiéndolo del juego electoral. El jefe de estado puede ser un miembro del propio ejército, que además de entenderlo por ser parte de él, se encuentra sometido a una constitución, que no le permite usarlo a su antojo, pero tampoco se lo deja al gobierno en turno. El estado permanece, el gobierno se va, y la constitución conforma parte de ese entramado sagrado que no puede exponerse a cambios constantes de gobierno. El jefe de gobierno propone leyes, el parlamento las discute y el jefe del estado las sanciona, es decir, las firma para su publicación en el Diario Oficial convertidas en ley, alejando este recurso de la sanción por parte del jefe de gobierno.
El sistema parlamentario evita el crecimiento del poder presidencial con el riesgo del despotismo manipulador hacia las instituciones del estado, usándolas a veces para bien del país, u otras, para su bien personal. América Latina ha vivido los despotismos presidenciales de manera constante y donde llegamos a ver cómo la ley se manipula a modo de la ideología partidista, o se usa a los ejércitos según los intereses del titular en turno, adornados con pretextos de todo tipo para su movilización. El estado, salvaguardado del gobierno, es uno de los grandes ejemplos de esta forma de constitución.