Qué es ser de izquierda hoy (III)

En el artículo anterior concluimos diciendo que el corte derivado de la revolución francesa demarcó la frontera entre el Antiguo Régimen y el Nuevo Régimen (categorías historiográficas surgidas precisamente a partir de esa revolución en Francia), a partir de lo cual se desprenden varias generaciones históricas de izquierda y correspondientemente de derecha mediante las que se quiso “aplicar” la idea genérica característica de la racionalidad de izquierda (el universalismo frente al particularismo). El hecho de que son generaciones, en plural, supone por tanto que no hay una sola izquierda (ni una sola derecha): hay varias.

El Antiguo Régimen va del siglo XVI al XVIII, y está constituido por un sistema de monarquías de régimen absolutista con soberanía dinástica que organizan el mundo europeo y americano a partir del descubrimiento de América, nuestro Antiguo Régimen fue por tanto la etapa virreinal. El Nuevo Régimen (nuestra etapa nacional), que va del siglo XIX hasta nuestro presente, es la sustitución por vía revolucionaria (la más radical fue la francesa, que terminó guillotinando a Luis XVI) de ese sistema de monarquías en uno de naciones políticas con pueblo soberano y régimen republicano o monárquico-constitucional.

La clave del Antiguo Régimen es que, en el límite, quien manda (es decir, quien puede ocupar la jefatura del Estado de que se trate) es el rey (la dinastía soberana), que organiza su poder en coordinación con su aliado histórico fundamental: la Iglesia (es la alianza clásica del “Trono y el Altar”). La clave del Nuevo Régimen es que quien manda pasa a ser la nación (el pueblo soberano), cuya voluntad está representada (y aquí está uno de los problemas de mayor complejidad doctrinaria) en los congresos o asambleas nacionales.

La nación política y el nacionalismo son por tanto dos conceptos fundamentales vinculados al Nuevo Régimen y a la izquierda en su origen, y lo que se observó durante el siglo XIX y el XX es una sucesión de revoluciones nacionales (yo identifico tres, de manera general) de las que hablaremos en su momento.

Pero también es fundamental el concepto de igualdad (recordemos la tríada clásica revolucionaria de igualdad, libertad y fraternidad), y lo que ocurrió con ella es que la izquierda originaria (la primera generación de varias según hemos dicho: la jacobina) reorganizó, en efecto, a la sociedad del Antiguo Régimen en función de la igualdad de sus miembros. La sociedad entonces dejó de concebirse de una forma “anatómica” (la totalidad conformada por partes, las castas o estamentos, con una función determinada y fija) para pasar a concebirse de una forma “atómica” (la totalidad conformada por una infinidad de partes iguales entre sí, los individuos, o por lo menos formalmente; tal es el origen de la igualdad ciudadana). Carlos Marx (para quien la clave de la economía es la explotación), siguiendo la línea de David Ricardo (para quien la clave de la economía es la distribución de la riqueza), que a su vez siguió la de Adam Smith (para quien la clave de la economía está en el trabajo), fue el que señaló que esa igualdad terminaba a la hora de que los trabajadores entraban a las fábricas, en donde quedaba establecida la desigualdad económica dada en función de las formas de producción y las relaciones sociales derivadas.

La Edad Contemporánea, que es la que se inaugura a inicios del siglo XIX con esa revolución política en paralelo a la otra gran revolución: la industrial, será el escenario donde habrían de colisionar tres grandes estructuras históricas: la cristiandad, el nacionalismo y la economía moderna fruto de la revolución industrial. De este cuadro de colisiones se desprenderán las diversas generaciones de izquierda y de derecha que definen el drama ideológico político de nuestro tiempo.