Tus alumnos de la Barra Nacional de Abogados extrañamos tus clases y tu amistad. Siempre y no solo en día de muertos. Nos hace falta tu mente esclarecida, llena de ágil y vasto conocimiento jurídico de altos vuelos, residente en un corazón generoso; pletórico, por lo demás, de buen humor y agudeza política.
Cuando en el plan de estudios del doctorado vi la primera materia que nos impartirías, me pregunté si la retórica en realidad tendría cabida en el derecho. Me bastó la primera clase. Y no solo por tus suéteres y chamarras de la universidad nacional. En muy pocos minutos argumentaste con elocuencia y claridad la necesidad moderna de dominar la disciplina, sobre todo ahora que el derecho camina hacia la oralidad y cuando la esencia misma de nuestra ciencia está cambiando con la irrupción de las normas con forma de principios en las constituciones contemporáneas.
Me persuadiste. Desde aquella primera clase en 2018 y hasta hoy, busco literatura sobre la retórica en el derecho y conservo y visito frecuentemente, subrayados y anotados, los textos que nos recomendaste o nos hiciste leer, como el Gorgias de Platón, la Retórica de Aristóteles o El Orador de Cicerón. También los que apenas mencionaste, que también resultan fundamentales, como los de Vega Reñón, García Amado, Atienza, Vaz Ferreira, Michelstaedter, Recasens Siches y su extraordinaria lógica de lo razonable (gracias por prestarme el libro) y hasta Alfonso Reyes.
Además de lo académico, sábado tras sábado nos transmitiste también, tan solo con el ejemplo, temperancia e integridad a toda prueba y especiales compromiso, oficio y vocación por la ética de la profesión y por la justica en su sentido moderno, el de dar a cada quien su bien y no solo lo que le corresponde.
Siempre atesoro aquella llamada tuya. Concursaba, por enésima vez, para un puesto de esos que vienen la constitución. Siempre es una lucha áspera, prolongada, infausta. Preguntaste si estaba yo en ese circo. Asentí, divertido. “Le sabes bien a eso. Te irá bien, ya verás” dijiste y al desearme lo mejor, calculé que sonreías. Apoyos como ese no se pagan, apenas se agradecen, pero toda la vida.
No me lo vas a creer, pero la vida (y Raúl Contreras) me han traído ahora a ser profesor de tu materia acá en Derecho en la UNAM. Cada vez que voy a iniciar la clase no puedo evitar acordarme de ti y de tus enseñanzas y, naturalmente, me lamento por no haber tomado más y mejores apuntes. Y claro, ante un tema complejo o una pregunta sofisticada, me pregunto ¿Cómo le haría Antonio?
Guardaré este honor en la memoria, siempre. El privilegio de haber sido alumno y quizá hasta amigo del gran positivista Muñozcano Eternod. Gracias por todo. Vibra alto, Profe. Lo mereces, Magistrado. Ya nos encontraremos.
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