Leyendo “La pobreza en el mundo”, artículo de N. Dower, compilado por P. Singer en su Compendio de Ética, estudio la importancia de la “ayuda para el desarrollo”, como un principio moral de apoyo de las sociedades más ricas hacia las más pobres, no comprendido como “caridad”, sino como un imperativo que nos compromete con la humanidad, por el hecho muy afortunado de tener riqueza. En un mundo con híper abundancia de recursos, resulta tan desgraciado que la pobreza siga existiendo.
Dower critica las posibles objeciones centradas en el riesgo de que los recursos canalizados para el combate a la pobreza, generen serias contraindicaciones, por ejemplo, a mayor riqueza, mayor incremento demográfico –y con ello, la multiplicación de pobres-, y un consumo de bienes que se irá elevando con las fatales consecuencias ambientales a las que nos ha llevado el desarrollo. El autor ve ambas objeciones más como pretextos para no ayudar, pues tanto el incremento demográfico, como los riesgos ambientales, no son ajenos a las sociedades ricas, antes bien, esa sed de consumo esquizoide que por desgracia caracteriza a nuestra vulgar época, provoca mayores desequilibrios medioambientales que la dotación de recursos básicos para la sobrevivencia a los que se refiere. Nuestra forma de vida, es la culpable de la pobreza.
Puedo decir que, sin estar del todo en desacuerdo con la postura del autor, y de asumir el reto de ayudar al otro como imperativo moral, hay una serie de cuestiones que no necesariamente son propias del mundo de la ética, sino del mundo de la política, pues la pobreza es un fenómeno que inmiscuye a diversos actores tanto en sus causas como en su combate.
La canalización de recursos es algo muy bien intencionado que puede chocar dramáticamente con las realidades de la pobreza, sobre todo recordar el viejo apotegma de que la pobreza es al mismo tiempo el gran aliado de los regímenes tiránicos perpetuados por los favores acríticos de una mayoría pauperizada. Maquiavelo, en los Discursos a la Primera Década de Tito Livio, nos habla de las causas de la depravación de los pueblos que les despoja de toda dignidad civil, esclavizándolos: convertirse en seres atenidos a los recursos dispensados por el gobernante. Si bien Dower nos remite a que debe de ser una ayuda que nos involucre a todos, se olvida de los regímenes que hacen de cualquier vehículo de ayuda, un mérito propio, legitimándose a través de una perversa ideología que contamine el alma civil. El trabajo, la exigencia de derechos, la infraestructura que mejore la calidad de vida, responsabilizando a los ciudadanos de sí mismos, jamás será sustituido por las dádivas del gobernante, ni por las buenas intenciones de un ciudadano del mundo al que le sobra el dinero.