Enrique Peña Nieto puso contra las cuerdas al entonces candidato presidencial de la Coalición Por México al Frente al exhibir, a través de un cuestionado manejo de las instituciones, posibles irregularidades en la integración de su patrimonio. Eso marcó a Ricardo Anaya toda la campaña y contrastó con la imagen incorruptible del ahora presidente Andrés Manuel López Obrador.
A Ricardo Anaya siempre le ha gustado blofear y jugar con fuego. Ante esta embestida oficial, su reacción fue retadora y amenazante, sabía que tenía que jugarse el todo por el todo. Si ganaba el PRI podría haber terminado en prisión como la maestra Elba Esther Gordillo. Su mejor escenario era ganar, pero ganó Andrés Manuel.
Esa reacción se repite con la denuncia del exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, quien lo implica como uno de los favorecidos de los sobornos que hicieron posible la reforma energética. La única diferencia es que, por alguna razón, se tardó en hacerlo.
Le apostó al silencio, al autoexilio. Pensaba que si no se movía no saldría en la foto y el tiempo haría lo demás. Se equivocó. Su nombre estaba en la lista, guardó silencio, se mantuvo observando y analizando los posibles escenarios.
Esperó a ver las cartas de sus adversarios, sabía que podrían tener póker de ases. Tal vez un video, una llamada, alguna prueba que lo implicara directamente y contra la que no hubiera mucho qué hacer.
Se filtró la denuncia de Emilio Lozoya y la tranquilidad regresó a su vida. De la simple lectura del documento se ve fácil la salida de Ricardo. Él mejor que nadie sabe dónde estuvo, con quién se reunió, qué hizo, de qué hablaron y de qué lo podrían acusar.
Al no ver nada de eso reflejado en el documento, decide apostarle a la lealtad de su asistente Osiris Hernández y blofea con una demanda contra Emilio Lozoya. Sí, decide emprender la ofensiva creyendo conocer las cartas de sus adversarios. Pero no lo hace contra el presidente López Obrador, sino contra Emilio Lozoya. Hace leña del árbol caído.
Le apuesta a que no haya video de su asistente recibiendo dinero. Podrían librar juntos esta acusación y tratar de salir fortalecido rumbo a 2024. De lo contrario, todavía le quedaría desconocer a Osiris, al puro estilo del gobernador de Querétaro, Francisco Domínguez.
Debería preguntarse si la denuncia de Lozoya es la única jugada maestra de sus adversarios y si la Unidad de Inteligencia Financiera dirigida por Santiago Nieto, le tendrá reservadas otras sorpresas. No debe blofear demasiado, porque podría generar el escenario adverso que tanto teme.
El presidente Andrés Manuel López Obrador también debería preguntarse si el caso Lozoya es tan fuerte como se lo platicaron. Si las pruebas alcanzan para lograr sentencias firmes. Si basta con evidenciar a sus adversarios, cuando ellos lo quieren destruir.
Los de enfrente no están mancos y se llevan muy pesado. No vaya a ser que empiecen a desaparecer los testigos. Ya vimos a García Cabeza de Vaca beligerante y presumiendo tener diálogo con los medios, justo antes de que saliera el video de Pío López Obrador recibiendo dinero.
ENTRE GITANOS
El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ordenó a Morena la realización de una encuesta abierta para la renovación de su dirigencia y la participación del INE en la organización de la misma.
El sector más puritano del partido se aprestaba al contraataque, a la descalificación. Pero llegó el manotazo del presidente Andrés Manuel defendiendo la encuesta, la participación del INE y regañando a los grupos internos por no saber ponerse de acuerdo. Recordemos que mandó a Claudia Sheinbaum a poner orden y no la escucharon. Ahora los únicos contentos son Marcelo Ebrard y su candidato Mario Delgado, más cuando Alejandro Encinas rechazó competir.
El presidente debe retomar el control directo del partido y poner orden o lo estará endosando desde ahorita al presidenciable Marcelo Ebrard.