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Rushdie: el vigor de la novela y el enojo de Steiner

Rushdie: el vigor de la novela y el enojo de Steiner

Columnas miércoles 19 de febrero de 2020 -

La primera influencia literaria de Salman Rushdie (1947) no fue un libro, sino una película: El mago de Oz, basada en la novela El maravilloso mago de Oz, de L. Frank Baum. El padre de Salman, Anis Ahmed Rushdie, a pesar de ser un empresario acostumbrado a exclamar órdenes, fue un hombre cariñoso, aunque a veces padecía explosiones que se traducían en furias estruendosas, relámpagos emocionales y, alguna que otra vez, parecía soltar “bocanadas de humo de dragón y otras amenazas”, similares a las que sufría Oz, el grande y terrible embaucador que con sus gritos efectistas hacía cimbrar Ciudad Esmeralda.
Lo cierto es que aquel primer influjo ⎼encontrarse con un espantapájaros parlanchín, un león asustadizo, un hombre de hojalata y otros seres fantásticos⎼ influirían decisivamente en la ulterior carrera literaria del autor de La decadencia de Nerón Golden.
Rushdie ⎼desde la infancia y hasta hoy⎼ ha sido un lector voraz que ha ido más allá de la llamada literatura “clásica”, y no ha desdeñado ir al encuentro de las novedades literarias. De hecho, en su libro de ensayos Pásate de la raya, el autor nacido en Bombay nos cuenta sobre la gran predilección que siente por ciertos escritores que incluso pertenecen a una generación menor a la suya: Louis De Bernières, Tibor Fischer y Adam Lively, entre otros. Todos narradores. Y más aún: novelistas de gran calado.
De ahí que las palabras que, hace veinte años, pronunciara el recién fallecido George Steiner, durante su incursión en las fiestas por el centenario de la Asociación de Editores Británicos, nos suenen ahora como un pronóstico fallido, al menos en el caso de Rushdie: “Nos estamos cansando de nuestras novelas… Los géneros surgen, los géneros caen, la épica, el verso épico, la tragedia en verso formal. Grandes momentos, luego viene el reflujo... Se seguirán escribiendo novelas por algún tiempo, pero, cada vez más, se buscarán formas híbridas, lo que llamamos de forma bastante burda hechos⁄ficción…”. Y lo más gracioso de toda esta calamitosa arenga es que el altivo profesor Steiner ⎼a quien debemos admirarle algunas ideas y abuchearle otras tantas⎼ realmente estaba convencido de que pronto ocurriría ese cataclismo. Pero más allá de lo estridente ⎼y bien aplaudido⎼ que resulta augurar miserias, el crítico literario estaba equivocado. Y es que probablemente no recordaba la frase que George Orwell había acuñado en 1936: “Están matando a la novela fuerza de gritos”. Y es que la escandalosa profecía del inteligentísimo columnista de The New Yorker ⎼que al parecer no todo lo sabía, como él se imaginaba⎼ hoy se ha desmoronado ante la enorme cantidad de poderosos novelistas que existen. Y uno de los más vigoroso es precisamente Salman Rushdie.
Si la literatura es un arte que consiste en trazar mapas que invitan a ser recorridos por el lector, entonces el escritor que es conocido por la amenaza a muerte que giró en su contra el ayatolá Jomeiní ⎼cuyos detalles son contados minuciosamente en la Joseph Anton Memorias⎼ ha conseguido delinear una auténtica cartografía de la imaginación. Y no sólo eso, porque debemos tener en cuenta que en la mejor literatura el mapa de una nación, tarde o temprano, termina convirtiéndose también en un mapa del mundo. Rushdie ⎼con esa imaginación desbordada que nos convida en casi todos sus libros⎼ ha demostrado que en materia literaria, aquella nación sin fronteras con la que tantos autores han soñado, no es una fantasía sino un lugar asequible.
Él mismo nos revela su credo literario: “Me he imaginado el mundo de la imaginación no como un continente sino como un océano. A flote y aterradoramente libre sobre esos mares sin límite, he intentado, con las manos desnudas, la tarea mágica de la creación. De un nuevo mundo”.
Y es que en la obra de Salman, entre muchos otros personajes, hallazgos y develaciones, es posible que nos encontremos ⎼y gocemos⎼ con dioses que bajan del cielo para inmiscuirse en asuntos humanos (Los versos satánicos), glamourosas estrellas de rock (El suelo bajo sus pies), ciudades tan tristes que incluso han olvidado su nombre (Harún y el mar de historias), seres que poseen poderes telepáticos (Hijos de la medianoche) o actores mediocres sobre los que se abate la miseria (Vergüenza). Es decir: con una vigorosa oferta novelística que podría satisfacer al espectador más suspicaz.
Aunque es cierto que en los últimos años se ha ido publicando una ingente cantidad de libros y que demasiados personajes (hay que negarse a llamarles escritores), sin ningún mérito intelectual ni artístico, han sido reclutados por las editoriales más influyentes (que a cambio les obsequian una fama que se desvanece en una semana), o que muchos editores han adoptado una política concentrada en publicar libros “vendibles” y facturar en grandes cantidades, también hay que reconocer que todavía existen bastantes obras ⎼y novelas en particular⎼ que son capaces de tocar las fibras más sensibles de los lectores.
Y es que la novela ⎼y en concreto la que practica Rushdie⎼ es justo esa forma híbrida que, sin entenderlo y teniéndola en sus narices, reclamaba con tanta afectación el profesor Steiner. Basta acceder a la obra de Rushdie ⎼y que podría ser a través de Dos años, ocho meses y veintiocho noches o incluso por la tan cacareada y poco leída Los Versos satánicos⎼ para que el público se deleite con una novelística que, utilizando todos los artefactos literarios que uno pueda figurarse ⎼y que Salman maneja con una pasmosa destreza⎼ contiene recursos líricos, investigaciones sociales, episodios históricos, confesiones y anécdotas de toda laya. Muchas de sus novelas ⎼revísense, si no, Shalimar, el payaso u Oriente, occidente⎼ oscilan entre el periodismo y la literatura. Pero además de Rushdie, es imposible dejar de pensar en la obra novelística de autores como Orhan Pamuk, J. M. Coetzee, Margaret Atwood, Amin Maalouf, Emmanuel Carrère o las jóvenes novelistas Leïla Slimani o Eleanor Catton (ganadoras del premio Goncourt y Booker, respectivamente), que objetan el vaticinio de Steiner. Los libros de estos autores ⎼sus novelas⎼ además de traspasar las fronteras idiomáticas e incluso topográficas, circulan admirablemente por los mejores esenarios del conocimiento y de la fantasía.
¿Y entonces la novela está o no en decadencia? ¡Para nada! Contra lo que Steiner pensaba, en la novela caben las estructuras más arriesgadas e insólitas, como las que nos ofrecen un Roberto Calasso, un César Aira o el descollante Richard Flanagan.
Desde mi postura de lector ⎼y refutando al quejumbroso Steiner⎼ yo observo a la novela en muy buena forma. Es más: hacía tiempo que no se observaba a tantos narradores que tenían el valor o la energía (o ambas aptitudes) para arrancarle un pedazo al universo y amasar una obra con tantas innovaciones lingüísticas y formales. Pocas veces he visto, como hoy, una cosecha tan rica de grandes novelistas viviendo y trabajando al mismo tiempo. ¿Y desde dónde escriben y en qué idioma? Es lo de menos. Lo que más importa es que la novela sigue floreciendo, venga de donde vengan.
Infelizmente, en este caso, el problema no es la tonta predicción de Steiner, sino la fama que el propio Rushdie ha ido cosechando con los años: Más que un escritor respetado, su condena a muerte le obsequió la celebridad de un mártir o, en el mejor de los casos, la popularidad de un escritor que, si así lo desea, puede aparecer en un concierto de U2 (como ha hecho). Y no debería ser así. Salman Rushdie, contra lo que muchos piensan, es uno de los mejores ⎼y más grandes⎼ novelistas vivos de nuestro tiempo.


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