Quienes hemos vivido en este país al menos durante las recientes cuatro décadas nos habituamos a escuchar que la economía mexicana “está petrolizada” en porcentajes entre 20 y 40 por ciento, lo que revela que no hemos avanzado en materia de desarrollo, fenómeno que hoy resulta peligrosamente alarmante pues los productores de crudo están viendo que, de no mejorarse las cosas, tendremos que pagar porque alguien nos “guarde” la producción o reducir la producción al mínimo posible. Esto, sigue sin entenderlo el gobierno mexicano.
Ahorita no tiene caso averiguar dónde estuvo (o está) el origen del problema, sino dónde buscar la solución, pues, de continuar la paralización económica a causa de la pandemia del Covid-19, el petróleo no encontrará consumidores, pero lo peor es que un muy largo “etcétera” de bienes y servicios tenderán a estancarse en perjuicio de millones de personas que corremos hacia la recesión.
El que el precio del barril haya llegado a -2.37 dólares (sí, hablamos de números negativos) en diversos países no es un dato menor, y menos donde la capacidad de producción está en duda.
Decir que “todos vamos en el mismo barco” tal vez sea la única verdad que abarque a todos los habitantes del planeta, pero lo peor es que ese barco en el que “viajamos todos” es un buque petrolero sin un puerto de salida ni un puerto de llegada preciso. ¿Cuál será la alternativa?, buena pregunta.
Las crisis petroleras, bien sabemos, se originan por una sobreoferta de crudo a nivel mundial que ahora no pudo ser controlada pese a los recientes recortes propuestos (y en parte logrados) por la Organización de Productores y Exportadores de Petróleo (OPEP).
El planeta en general reporta altos índices de petrolización de su economía, lo que no ocurría durante la primera mitad del siglo pasado, cuando fue posible remontar las crisis ocasionadas por dos guerras mundiales. Países como Japón y Alemania, sin menosprecio de muchos otros, se repusieron de los estragos financieros causados por el conflicto, pero para ello debieron aplicar medidas intensas y dinámicas, pero, sobre todo, eficientes.
De aquella experiencia debemos valernos ahora para que los años de crisis no sean tan largos ni tan graves, solo que hay que fijarnos metas viables a pequeño, mediano y largo plazo, tomando en cuenta todas, absolutamente todas las caras del problema. No esperemos superar los problemas financieros desatendiendo aspectos culturales o sociales, ni cifremos las posibilidades de desarrollo exclusivamente en fuentes alternas de energía.
Recuerdo a un secretario de Hacienda que, en broma, dijo que para superar los problemas económicos en México veía dos soluciones: una real y otra mágica. “La real es que la Virgen de Guadalupe nos extienda un cheque con muchos ceros”, comentó, a lo que alguien le quiso corregir diciendo que esa sería una solución mágica. “No —repuso el funcionario—, la solución mágica sería que todos nos pusiéramos a trabajar”.