El cine de enfoque religioso por lo general sufre de los mismos males al ser películas financiadas por congregaciones, asociaciones o sectas. No exagero ya que tienen como meta principal evangelizar y promover sus ideologías, palabra clave. Sea cual sea el credo que se profese dejan de lado los valores cinematográficos que deberían estar en primer lugar para dar paso a sus ideas, casi siempre preestablecidas y que no permiten lugar a dudas.
Filmes como Cristiada (Wright, 2012), Dios no está muerto (Cronk, 2014) o Battlefield Earth (Christian, 2000) son ejemplos perfectos de lo anterior. Filmes pagados por asociaciones religiosas o sectas –cienciólogos- ninguno de ellos dirigidos por un verdadero cineasta, que en busca de hacer proliferar su ideas castigan el lenguaje cinematográfico, el guión bien escrito y las actuaciones. De los ejemplos mencionados la más triste y la que más potencial tenía era Cristiada.
Terrence Malick no solamente es un sobrado cineasta -galardonado mundialmente- sino que conoce y domina el lenguaje cinematográfico, es dueño de una personalidad detrás de cámaras, que lleva cierto tiempo planteando, mediante su cine, dudas existenciales sobre la fe, la religión, la humanidad o la espiritualidad desde un punto de vista analítico, profundo, honesto y tremendamente bello.
Podemos estar de acuerdo o no con las inquietudes que plantea, pero no podemos negar su maestría como cineasta. En Una vida oculta (A Hidden Life) vuelve de nueva cuenta a plantearse estas dudas.
La cinta está basada en la vida real de Franz Jägerstätter, declarado en 2007 como beato y mártir por el papa Benedicto XVI. Su vida como soldado nazi después de haber vivido apaciblemente en su comunidad con su esposa y sus hijas, el nacismo y la nula creencia de Jägerstätter en dicha ideología además de cómo el nazismo convirtió su vida y la de su familia en un verdadero infierno son los temas.
Malick, consiente de la época en que la vivimos, retoma la vida de este mártir que, sin necesidad de tanto esfuerzo, se adecua perfectamente a esta época (tristemente) llena de ideologías, extremismo y poco criterio. En donde pareciera que pensar fuera del recuadro y cuestionar todo movimiento político-social es una falta gravísima.
Como conclusión, el problema no es el tipo de cine, sino como se lleva a cabo. Silencio (Scorsese 2014) o Hasta el último hombre (Gibson 2014), entre otras, han demostrado que se pueden plantear cuestionamientos profundos sin adoctrinar, sin guiar al espectador sobre qué pensar y qué sentir y aquí la vida de este mártir encuadra perfecto puesto que todo el tiempo tanto sus propios cuestionamientos, como los de su familia y amigos, están encima de él, traspasando la pantalla haciéndonos parte de ellos.