SERGIO GONZÁLEZ
Cuando los países de Europa del Este fueron liberándose de los totalitarismos, una encuestadora norteamericana preguntó cuál era la característica o acto que se consideraba que en realidad hacía de las y los entrevistados, ciudadanas y ciudadanos de una democracia.
Hubo dos respuestas siempre a la cabeza: votar y pagar impuestos. En el primer caso, las personas entrevistadas mostraban con orgullo su credencial electoral o su pulgar manchado por líquido indeleble.
Hablando de democracia y elecciones, Churchill forjó una de las mejores caracterizaciones de la democracia: “…es la peor forma de gobierno, exceptuando todas las otras formas que se han intentado”.
José Woldenberg afirmó que “votar es la punta de un iceberg civilizatorio que supone la existencia de corrientes político-ideológicas organizadas (partidos), que expresan la diversidad existente en la sociedad, que han encontrado un método participativo y pacífico para nombrar gobiernos y órganos legislativos, lo cual coadyuva a la coexistencia de la pluralidad.”
Octavio Paz dijo: “una nación sin elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos.”
Votar es necesario y obligado en una democracia. Sólo mediante el procedimiento electoral, vigilado, eficiente, organizado, independiente y dotado de integridad, como lo tenemos en México, se renuevan en orden las instituciones del Estado.
Es un derecho político electoral, privilegio y deber ciudadano que no debemos subestimar. Manifestación expresa del avance de la humanidad que por medios convenidos en la ley designa a sus gobernantes.
Es el triunfo inmarcesible del método pacífico de la toma de decisiones políticas fundamentales. Es una conquista que significó diversos sacrificios, inclusive de vidas humanas, a lo largo de nuestra historia.
Por décadas enteras escuchamos o proferimos los malestares que aquejaron a nuestros comicios por no ser libres ni auténticos. Ahora que lo son, no desperdiciemos la oportunidad ni desoigamos el mandato que nos da la constitución de hacer funcionar la maquinaria democrática.
Aquí que gozamos del poder del sufragio sin cortapisa alguna, mediante el que inclusive hemos asistido a la alternancia, apreciemos lo que tenemos, pues en todos los sentidos y para todos los efectos, lugares y épocas, votar siempre es mejor que abstenerse. Esa es la verdadera inteligencia política.
Votar, pues, es una muestra palmaria de la dignidad humana en libertad: libertad política, de pensamiento, de asociación y de expresión. Se trata del instante sublime en el que los ciudadanos no solo somos todos iguales, sino que nos transformamos en mandantes y, con el crayón, dibujamos en la boleta el país que queremos.
A unas horas del momento estelar de la democracia, considere salir este domingo 6 de junio a verla en vivo y a todo color y a mancharse el pulgar de sepia. Es un espectáculo incomparable que nadie debería perderse y en el que todos deberíamos participar. Parafraseando a Milanés, la democracia mexicana “no es perfecta mas se acerca a lo que yo simplemente soñé.”