Alejandro Pérez Corzo
En el año de 1969, el profesor Philip Zimpardo de la Universidad de Stanford (EEUU), realizó un experimento de psicología social del que se desprendió que tras abandonar dos autos idénticos en un barrio pobre (Bronx, Nueva York) y en uno rico (Palo Alto, California) el del Bronx fue saqueado y vandalizado casi en el acto y el de Palo Alto permaneció intacto hasta que los autores del experimento le rompieron un cristal, tras lo que fue vandalizado y saqueado como en el del Bronx.
A ese experimento le siguieron varios en los años siguientes, como el de James Q. Wilson y George Kelling, quienes desarrollaron la “teoría de las ventanas rotas”, que se resume en que la transgresión social en general y el delito en particular aumenta en las zonas donde hay descuido en el entorno Urbano; ventanas rotas, paredes pintarrajeadas (no por arte, sino por vandalismo existencial), parques con fauna nociva y plantas muertas, luminarias fundidas y baches en las calles dan la impresión de que la calle no es espacio para los ciudadanos de bien y sus familias y es, en cambio, un llamado a los grupos antisociales para tomarlas. Al fin que a nadie le importa.
La teoría de las ventanas rotas cobró notoriedad internacional por el afamado alcalde de la ciudad de Nueva York, Rudolph Giuliani. La utilizó como inspiración para una política de cero tolerancia que, no sin algún efecto negativo, logró bajar los índices delictivos de manera notable lo que revivió en muchos sentidos la urbe. Resultados tan notables que cuando el hoy presidente López Obrador gobernó la CDMX su secretario de seguridad, Marcelo Ebrard, contrató a Giuliani como consultor.
La importancia del tema no es menor para los gobiernos locales, mantener el entorno urbano lejos de una imagen de abandono está completamente en sus manos. Luminarias, baches y pintura de banquetas y muros, están presupuestados pero no suelen estar, al menos en el caso de la CDMX, en su lista de prioridades operativas.
Si los gobiernos de la alcaldías pusieran el tema dentro de sus diez prioridades esenciales esto impactaría de manera clara en los indicadores de seguridad, de desarrollo económico y de calidad de vida.
Reparar baches y banquetas, recoger basura, sancionar el vandalismo (no el arte urbano), dar mantenimiento a parques y jardines y, en general, mejorar el aspecto de los espacios públicos contribuirá a reconstruir el tejido social. La calle debe dejar de ser de los delincuentes y devolvérsele a las familias.
Cuando las familias se sienten seguras en las calles hay activación física, intercambio cultural, florecimietno del comercio y aumento en la felicidad.
Desafortunadamente las prioridades reales de los alcaldes de la CDMX giran más en torno a ganar elecciones y menos al enorme potencial de cambiar, para bien, la vida de sus ciudadanos.