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Victorino emigró a los 13 años a NY, regresó en una urna

Victorino emigró a los 13 años a NY, regresó en una urna

Nación viernes 17 de julio de 2020 -

Por Luis Carlos Rodríguez G.
nacion@contrareplica.mx
En 2009, el aún niño Victorino Narciso Gervasio dejó atrás la pobreza extrema de su familia y su comunidad en Ixcuinatoyac, en la Montaña de Guerrero. Con 13 años de edad cruzó como indocumentado la frontera de Estados Unidos y se estableció en Nueva York donde trabajó de lavaplatos, mesero y finalmente cocinero. Sus sueños de regresar a su pueblo a casarse los truncó la pandemia del Covid-19. Esta semana retornó con los suyos, pero en una urna que contiene sus cenizas.
Indígena Na´savi, es decir mixteco y quien desde hace 11 años residía en Manhattan, falleció el pasado primero de abril en el hospital Health Bellevue, al este de Manhattan.
El es parte de los 49 migrantes de La Montaña guerrerense que han muerto a causa de la pandemia, la mayoría de ellos en Nueva York, epicentro mortal del virus en Estados Unidos, donde han muerto 25 mil personas y de ellos casi 800 son mexicanos.
La urna de Victorino, junto con las de otros 23 paisanos, forman parte de los restos de 245 mexicanos que fueron repatriados esta semana por la cancillería en un avión militar, desde esa ciudad estadunidense.
Doña Martina, su madre, viajó casi 10 horas desde su pueblo, en el municipio de Alcozauca hasta Chilpancingo para recoger la urna con los restos de Victorino, de 24 años.
Entró por un largo pasillo a la funeraria, acompañado por su sobrino Edgar. En vez del ataúd con el cuerpo, recibió una pequeña caja de madera con sus cenizas. Con el doble dolor de no ver nunca más a su hijo, de no abrazarlo, no velar su cuerpo. Llorando, cargó la urna y subió a la camioneta para regresar a La Montaña a enterrarlo en el panteón de Ixcuinatoyac.
En entrevista con ContraRéplica, y a través de un intérprete, dijo que Victorino trabajaba como mesero en Manhattan y cada mes mandaba a su familia 600, 800 o 1,000 dólares “si le iba bien”, para ayudar económicamente a toda su familia, incluidos varios hermanos menores que aún estudian, porque su padre los abandonó.
“Estaba construyendo una casita, que estaba casi terminada, porque pensaba regresar a su pueblo para buscar una muchacha, una novia y casarse. Ahí se quedaron sus sueños que también eran comprar un carro en Estados Unidos y regresar manejando a su comunidad para estar acá dos años y regresar a Nueva York a seguir trabajando unos cinco años y juntar más dinero para regresar para poner un negocio en Tlapa y estar con su familia. Eso ya no se logró”.
“Se nos acabó la esperanza con la muerte de Victorino. Con su trabajo, con lo que nos mandaba sobrevivíamos todos los meses, él era nuestro sostén”, dijo la madre del joven mixteco oriundo de Ixcuinatoyac, pequeña población rural expulsora de migrantes, con alto grado de marginación, de poco más de mil habitantes y en donde la mayoría de las casas tienen piso de tierra.
En la comunidad, este miércoles se realizó el funeral. Algo distinto a las tradiciones y rituales en La Montaña. Velar una urna con cenizas en lugar de un ataúd con un cuerpo.
Desde que fueron informados de la muerte de Victorino por Covid, el primero de abril, a través de una llamada desde Nueva York, la familia y amigos realizaron los novenarios. Una fotografía del joven cocinero sustituyó su cuerpo, contrario a la tradición de los indígenas de La Montaña. El ritual funerario fue por dos razones: la falta de dinero, pues desde hace meses la familia ya no recibió remesas, y el hecho de tener que velar, rezar y enterrar cenizas, en lugar del cuerpo.
“Nunca se había visto en la región de la Montaña que enterraran cenizas. Ahora algunos están enterrando las urnas, otros están enterrando ataúdes vacíos, como si el cuerpo estuviera ahí o con la urna adentro. Aunque son cenizas la gente lo está tomando como si fuera el cuerpo”, dijo Isael Rosales activista del Centro de Derechos Humanos Tlachinollan, quien acompañó a la familia de Victorino para recoger la urna y llevarlos a su pueblo.
Comentó que en La Montaña se acostumbra meter las pertenencias del difunto al ataúd. Su mejor ropa, huaraches; si era campesino, sus instrumentos de trabajo; si era músico, su guitarra.
“En el ritual hay una persona que le habla y le dice que se va al otro mundo, que son amigos, que no venga a espantarlos, que se vaya en paz, de manera como si estuviera platicando con él. Es como una despedida y lo van vistiendo, le van poniendo sus huaraches”. El funeral de Victorino fue diferente.


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JG/CR

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