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Yo con ellas: México está en deuda con sus mujeres

Yo con ellas: México está en deuda con sus mujeres

Columnas viernes 06 de marzo de 2020 -

No soy feminista. Creo en las mujeres, las valoro, reconozco su aporte a la economía y defiendo sus derechos a decidir, pero nunca he pretendido ostentarme como feminista. Aunque eso no significa que sea ajeno o indiferente al tema.

Mi primer encuentro formal con el feminismo se dio en 1999 cuando, decepcionado por la huelga en la UNAM y víctima de un servicio social insufriblemente aburrido, terminé ofreciéndome para apoyar a un entonces jovensísimo Francisco Cos-Montiel, discípulo de Martha Lamas, tanto en su trabajo como director de Proyectos de Género de la Sedesol como en algunas de sus investigaciones. No creo que Francisco lo sepa, y mucho menos Martha, pero esa fortuita colaboración, que se convirtió en un muy intenso y divertido año de trabajo, me permitió entrar a una nueva (por lo menos para mi) categoría de análisis que, hasta la fecha, me ayuda a entender y explicar muchas contradicciones que desde siempre me llamaron la atención

Habiéndome criado en una familia mayoritariamente femenina (mi papá y mi abuelo paterno murieron siendo muy jóvenes y mi abuela materna se divorció de mi abuelo) siempre noté un criterio distinto que aplicaba a las mujeres y que no podía explicar: ¿Por qué les sorprendía a las otras mamás que la mía tuviera problemas de agenda para los temas escolares, cuando era evidente (por lo menos para mi) que los estaban programando en horario laboral?, ¿si mi abuela paterna era una de las personas más cultas que había conocido, por qué ella no estaba sentada con sus hermanos cuando platicaban de negocios?

Con el tiempo me quedó claro que, si bien el tema iba mucho más allá de mi familia, el doble criterio que se usa contra las mujeres no es evidente para todo el mundo y, en pleno Siglo XXI, sigue sin serlo. En México padecemos una ceguera selectiva que explica muchos de nuestros prejuicios y pequeñas mezquindades y que, sin importar sexo, nivel socioeconómico, educación o filiaciones políticas, termina por normalizar que mientras se homenajea a mujeres abstractas (la Patria, la Nación, la Naturaleza, etc.) se obstaculiza que las de carne y hueso puedan decidir de manera libre e independiente qué quieren hacer, cómo quieren hacerlo, con quién quieren hacerlo o, en los casos más retrógradas y lamentables, se les agreda y asesine por el hecho mismo de ser mujeres y que haya la más mínima posibilidad de que decidan en función de sí mismas.

Sin esta ceguera selectiva es muy difícil entender cómo es posible que, a un año de cumplir 200 de ser una Nación independiente, y a pesar de que las mujeres representan más de la mitad de la población y el 40% de la fuerza laboral, sean mayor el número de las que llevan más de un mes sin realizar ninguna alguna actividad productiva y no buscan trabajo (23 millones 510 mil) que aquellas en edad de laboral y que realizan alguna actividad económica (22 millones 32 mil).

La participación, en condiciones justas, equitativas y seguras, de las mujeres en el mercado laboral es un condición obligada para aspirar a su auténtico empoderamiento e independencia; para que puedan elegir el proyecto de vida que deseen, sin necesidad de estar supeditada a un hombre proveedor que controle sus decisiones vía el sustento. Como hombres tenemos que entender y respaldar la incorporación de las mujeres al mercado laboral no sólo porque es moralmente correcto ¡sino porque también es económicamente suicida no hacerlo!

Las mujeres mexicanas necesitan que 120 millones de mexicanos decidamos ya no padecer ceguera selectiva; que veamos y reconozcamos las inequidades y violencias que enfrentan y las empecemos a quitar. Sé que una mujer mexicana sólo necesita una pequeña plataforma de equidad y confianza sobre la cual impulsarse para poder volar. Y eso no lo aprendí en el 99 leyendo de feminismo en Sedesol, lo aprendí de niño viendo a mi mamá sacar a su familia adelante.


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/CR

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