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La novela de Zelda

La novela de Zelda

Columnas miércoles 19 de diciembre de 2018 -

Apartir del año de 1930, Zelda Sayre, la esposa del escritor Scott Fitzgerald, pasó largos periodos de hospitalización por crisis nerviosas en diferentes clínicas: a las afueras de París, en Suiza y en Baltimore. Durante una de esas estancias se puso a escribir una novela llamada Resérvame el vals. En la airada carta que sigue, Fitzgeraldle escribe a la psiquiatra que atiende a Zelda, manifestando su negativa a la publicación de esa obra si él no la autoriza antes. La novela se publicó meses después con las modificaciones que el autor solicitó. ***

“A la doctora Mildred Squires 14 de marzo de 1932 Estimada doctora Squires: La novela de Zelda [Resérvame el vals] o mejor dicho su intención de publicarla sin consultármelo, me ha afectado muchísimo. Primero, porque en su formato actual es tal la mezcla de aspectos positivos y negativos que no tiene posibilidades de ser un éxito artístico, y, segundo, por algunos de los materiales que utiliza. ***

Como quizá usted sepa, llevo cuatro años trabajando de manera intermitente en una novela que cuenta la vida que llevamos en Europa. Desde la primavera de 1930, no he podido avanzar debido a que era necesario mantener a Zelda en sanatorios. No obstante, existen unas 50 mil palabras que he leído a Zelda, y hay una sección entera que es una imitación de la mía, de su ritmo, de sus materiales, incluso de sus afirmaciones y discursos. Usted podrá decirme que la experiencia compartida de dos personas es propiedad de ambas: cada uno transmuta la misma escena según su carácter y el resultado ‘sale distinto’. Como verá en mi carta a Zelda, sólo le he pedido que elimine dos episodios, que ha reducido a anécdotas, pero de los que dependen secciones enteras de mi libro. Sobre su propio material —su juventud, su amor por Josaune, la danza, sus observaciones de estadounidenses en París, los excelentes pasajes sobre la muerte de su padre— mis críticas serán simplemente objetivas y profesionales. Pero ¿se da cuenta usted de que ‘Amory Blaine’ era el nombre del personaje de mi primera novela [A este lado del Paraíso], al que atribuí mis aventuras y opiniones, de hecho mi autobiografía? ¿Cree que, en una novela firmada por mi esposa, su reaparición como pintor de retratos medio anémico con ideas robadas a Clive Bell, Fernand Léger, etc., pasaría desapercibida? Eso sólo nos dejaría a Zelda y a mí en ridículo. Si ella quisiera examinar nuestra vida en común desde una perspectiva hostil y publicar sus conclusiones, yo nada podría hacer salvo responder con la misma moneda o callarme, según eligiera; pero esta mezcla de hechos y falsedades simplemente está calculada para arruinarnos a los dos, lo que queda de nosotros, y no puedo permitirlo. Usar el nombre de un personaje de mi invención para poner hechos íntimos en manos de los amigos y enemigos que hemos acumulado sobre la marcha... Dios mío, mis libros la convirtieron en leyenda y lo único que ella pretende con este retrato indisimulado es convertirme en una nulidad. Por eso mandó el libro directamente a Nueva York. ***

Desde luego, si ella no estuviera enferma, yo debería considerar la cuestión como un acto de deslealtad o algo que dejar en manos de un abogado. Hoy por hoy no sé de qué manera considerarla. En todo caso, sé que estamos muy cerca del fin. Su madre cree que ella es un ángel abusado que está prisionero en la clínica a causa de mi pobre criterio o mis malas intenciones. En toda la familia no hay más que incompetencia, a excepción de la capacidad que saco de mi talento y de mi trabajo para solventar lujos como la locura. Pero Scottie [su hija] y yo tenemos que vivir y en esta atmósfera de suspicacia es cada vez más difícil producir las bagatelas convincentes y bien decoradas por las que el señor Lorimer [editor de la revista Saturday Evening Post] me soborna con dinero.

Yo sugiero lo siguiente: trate de descubrir por qué Zelda mandó la novela sin consultármelo, lo cual, en vistas de que le he dado toda su educación literaria, todo el aliento y todas las oportunidades, habría sido lo más normal.

Segundo, cuéntele a la señora Sayre que yo soy todo lo villano que quiera y dígale que tiene información privada al respecto, pero aclárele que su hija está enferma, enferma, enferma, y que no hay margen de duda.

Tercero, no deje que circule la novela hasta que Zelda lea mis detalladas críticas y mi solicitud de explicaciones, que me llevará dos días más preparar.

Entretanto seguiré viviendo aquí en un estado de masturbación moderada y con un par de whiskys antes de dormir, hasta que expire el contrato de alquiler el 15 de abril cuando partiré al norte. Aprecio sus cartas y entiendo lo difícil que es en este caso un diagnóstico. Mi cuñada irá allí esta semana. Es una mujer trivial y encantadora, y nos tenemos una profunda antipatía. Su interpretación o análisis de cualquier serie de hechos merece el mismo escepticismo que los de cualquier otro miembro de la familia Sayre. Han delegado en el juez la capacidad de pensar durante tanto tiempo que para ellos casi se ha convertido en un juego de salón.

Adjunto un cheque para Zelda de 50 dólares.

Atentamente y con gratitud, F. Scott Fitzgerald

Fuente: El arte de perder. Una vida en cartas. (Selección de Yolanda Delgado; traducción, introducción y notas de Martín Schifino; epílogo de Alejandro Gándara, Círculo de Tiza, 2016.)


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/CR

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