Por Luis Carlos Rodríguez G.
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El 10 de diciembre de 1995, el doctor Mario Molina recibió el Premio Nobel de Química en una ceremonia celebrada en Estocolmo, Suecia.
Fue merecedor de dicho reconocimiento por sus investigaciones sobre la química atmosférica y la predicción del adelgazamiento de la capa de ozono como consecuencia de la emisión de ciertos gases industriales, los clorofluorocarburos (CFC), publicadas en un artículo en la revista Nature en junio de 1974.
El doctor Molina recibió el Premio Nobel ese año junto con su colega de la Universidad de California-Irvine, Frank Sherwood Rowland, y el holandés Paul Crutzen.
Desde hace unos años, insistentes campañas ecológicas alertan a la humanidad sobre una de las causas más graves del deterioro ecológico: el agujero en la capa de ozono. Las emisiones de ciertos gases —los clorofluorocarburos (CFC)— que emanan de algunas fábricas están acabando con un filtro indispensable para mitigar los efectos dañinos que las radiaciones ultravioletas de los rayos solares pueden provocar sobre la salud.
Hace 25 años, Molina fue uno de los galardonados con el Nobel por sus investigaciones sobre la química atmosférica y la desintegración de la capa de ozono.
A lo largo de su trayectoria, destacó como uno de los científicos más reconocidos a la hora de investigar y alertar sobre las consecuencias del cambio climático.
Su labor al frente del Centro Mario Molina en Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México se centra en tratar de mejorar la calidad del aire y disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero en urbes con tanta polución como Ciudad de México.